18. ¿A qué viniste tú?
Su pregunta, aunque era sumamente sencilla, tenía ese peso peligroso. Como si se ocultara algo explosivo tras sus palabras. Su mirada seguía en mí. Penetrante. Demandante. Mía. Tragué en seco una piedra invisible, sintiéndome ahogada por el ambiente cada vez más denso.
—No quiero hablar contigo, Brian. Si no es sobre mi renuncia, entonces no quiero saber nada.
Mi tono fue visceral. Puro veneno contenido.
—Laurent… —arrastró mi nombre con una seducción tan absurda que provocó un escalofrío automático en mi espalda—. ¿Por qué quieres irte de mi lado? —su voz estaba cargada de esa ronquera peligrosa, llena de secretos que no deberían gustarme.
—Ese es mi asunto personal. Voy a renunciar porque tengo cosas más relevantes en mi lista de vida… como esquiar con los osos polares.
—¿Pueden los osos polares esquiar? —preguntó con calma, siguiéndome el juego.
—No lo sé, pero lo averiguaré cuando tenga mi dinero.
Lo dije sin pensarlo. Como si mis labios fueran los traidores y no mi corazón.