96. Cara a cara

—Esto yo no lo puedo creer, señora. Yo no —Briseida rompe en llanto al terminarla de escuchar. Ella tiembla, observando con fijeza a Esperanza, quien empieza a sollozar por no estar en los brazos de su madre. Briseida solloza de igual manera, todavía sin creerlo, con una herida en su corazón que se acaba de abrir. Un miedo irreal de no volver a estar con quien ella llamaba Lilibeth, a quien le agarró cariño como hija propia—, yo no puedo creerlo.

—Encontraste a mi bebé cerca de una gasolinera, ¿recuerdas? —Gladys le sonríe—. Lo vi. Y aunque sé que tienes muchas preguntas acerca de porqué mi niña y yo estamos alejadas, te lo explicaré; no dejé a mi bebé sola porque lo quise. Se la llevaron para hacerme daño, y le doy gracias a Dios, a Dios, Briseida, que Esperanza te haya encontrado. No estoy aquí para alejarte de mi niña, al contrario —Gladys sonríe—, quiero que estés en su vida. En nuestra vida. Esta una señal, una señal que Dios nos puso. ¿Quién iba a imaginar que la traerías aquí?
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