25. Enfermizo odio
CAPÍTULO 25
Cuando no hay nadie en la habitación Gladys hunde las uñas en su cuero cabelludo. Las ansias por vengarse de todo aquel que la llevó a esto, a que no esté con su hija le carcome el arma, le carcome cada pedazo de su vida como si no pudiese comprenderlo. No lo comprende. Juan Pablo ya no está porque desapareció, y en el fondo siente alivio por eso. Si él está presente no puede pensar.
No pasa más de un minuto a solas cuando Germán aparece. Gladys lo señala.
—Necesito ahora mismo —ella muestra los dientes—, que me des un auto, un teléfono y un arma.
—¿De qué estás hablando?
—Mi hija está desaparecida —Gladys se quita las sabanas de las piernas. Logra ponerse de pie y agarra los brazos de Germán—. Mi hija está desaparecida, mi tía lo acaba de confirmar. Ellos mintieron que la tenían para hacerme daño a mí, para que me quitara la vida. ¡Todo era una mentira! Quienes quiera que sea me dijeron una mentira. ¡Mi niña vive! Pero está desaparecida.
—¿Tu tía te dijo esto