2. Nueva vida

Gladys se tapa los labios con ambas manos, sollozando en el suelo y con las manos en su vientre. ¿Cómo es posible que le hayan hecho esto?

¿Embarazada?

Ella y Juan Pablo en todo su matrimonio sólo estuvieron una vez juntos…las fechas coinciden, ella no se cuidada. Sucedió en un arrebato de cólera de Juan Pablo, en silencio, en la cena, cuando ella llevaba un simple vestido ajustado y le servía la cena. No sabe lo que sucedió, cuando a Juan Pablo ya lo tenía besándola, y besándola de una forma ardiente, sensual. La hizo suya ahí mismo, en la mesa. Ambos terminaron en una capa de sudor y Gladys apenas pudo moverse de donde estaba. Era la primera vez que estaba con su marido que por mucho tiempo actuó indiferente.

Y no pensó en cuidarse.

Ahora en su vientre…

Gladys tiembla de pies a cabeza. Dentro de la habitación que se encuentra, pequeña y algo oscura, entran a la pieza un dúo de oficiales que en su mirada borrosa son dueños de su ansiedad y preocupación. Gladys lagrimea en silencio porque recuerda todo lo que vivió.

—N-no, por favor. Alguien hizo esto para dañarme, lo juro. Por favor.

—Los tribunales declararán la nulidad de la herencia para usted, que es la impostora, y reconocerá a Esmeralda Torres como la verdadera heredera. Ahora mismo, usted queda detenida para ser procesada. Acompáñeme de inmediato, ya el tiempo de visita se acabó —el fiscal habla con seriedad—. Queda detenida por falsificación de documentos. Irá a juicio y se procesará la investigación contra el fraude. Si puede ponerse de pie, por favor acompáñenos.

***

Gladys abraza su barriga entre lágrimas porque no puede hacer más nada. Sola. Completamente sola. Su único familiar era su abuela y murió meses después con su matrimonio con Juan Pablo por un accidente automovilístico. En su testamento dice claramente que ella es su heredera, entonces, ¿Cómo lograron persuadir a todos para que crean que su abuela mintió?

—Se lo suplico, fiscal —Gladys llora con fuerza—. Mi abuela no miente. Su testamento es verídico, real. Soy la única Bustamante que queda con vida. No pueden quitarme lo único que tengo.

Pero el fiscal no la escucha y continúa señalándola.

—La señora Carolina Bustamante de 76 años de edad falsificó el documento que da a Gladys Bustamante como su única heredera hace 18 años donde, por testimonio de su propio abogado, cuando en realidad Esmeralda Torres, ahijada de la propia Carolina Bustamante que, por los hechos, es la única hija de su hijo fallecido 20 años atrás. El testimonio del propio abogado de Carolina Bustamante nos indica que, en efecto, la señora Carolina falsificó los documentos y colocó a Gladys, sin apellido, proveniente de un orfanatorio, como su única heredera debido a problemas con la madre de Esmeralda, en ese entonces, amante del difunto señor Armando Bustamante —el fiscal dice al juez, dejando los papales en el estrado.

—No —Gladys solloza—. Eso no es verdad —se gira hacia el abogado de su abuela—. ¡¿Por qué haces esto, Marcos?! ¡¿Por qué te aprovechas así de mi abuela que está muerta y no puede defenderse?!

—Orden —la jueza exclama—. Ciudadana Gladys Bustamante, ¿ha entendido los delitos por los que el Ministerio Público solicita su imputación?

Gladys vuelve a ver a la jueza y se pone de pie.

—Se lo suplico, estas pruebas son falsas. Esa sentencia es falsa. Mi padre jamás le fue infiel a mi madre, no soy huérfana, no vengo de un orfanatorio. Esmeralda miente. Y se aprovechan que mi abuela no está para defenderse ¿Quién les paga para hacer esto? ¿Quién? —Gladys mira al fiscal y al abogado—. ¿¡Cómo pueden…?!

—Le exigiré calma y por favor, no hacer una difamación de esa magnitud, señora Bustamante, que su defensor ahora hable. ¿Desea manifestar algún tipo de medida?

Gladys se toca todavía su vientre. Las puertas se abren de éste salón y ella, bañada en lágrimas y roja, coloca los ojos en Esmeralda, quien entra no a solas, sino junto a nada más ni nada menos que con Juan Pablo. Él a su lado, creyendo una estúpida mentira. Ésta imagen la destroza. La destroza por completa. La vuelve nada.

—Por favor —Gladys le susurra a su defensor—. Mantenga el estado de mi embarazo en secreto.

—Pero, señora-

—Se lo ruego —Gladys súplica con los ojos rojos—. Sáqueme de aquí. ¡No quiero estar más aquí!

Lo que sucede después de que se termine ésta imputación Gladys no lo recuerda. Por poco vuelve a desmayarse. Sólo puede pensar en su bebé. En ese fruto de su vientre que apareció de la nada listo cuando su vida se derrumba. A su defensor, su abogado personal, lo escucha con atención en el centro penitenciario, donde Gladys no deja de llorar en silencio.

—Escúchame, Gladys —Enrique se llama—. Debido a que estás embarazada y tienes dieciséis semanas de embarazo cumplirás una detención domiciliaria.

—¿Cómo sabes eso si no me han llevado juicio? ¿Detención? Enrique, yo soy inocente. Pretenden dejarme en la calle, sin nada.

—Hare lo que pueda pero las pruebas de Esmeralda y sus testigos son más. El abogado de tu abuela se vendió y ahora —Enrique suspira—, trataré todo lo que esté a mi alcance para que salgas inocente de aquí.

—¿Por qué hicieron esto? ¿Cómo consiguieron que Esmeralda sea la hija de mi padre? ¿Cómo la hicieron heredera? ¿Cómo, Enrique? ¿Cómo es posible? —Gladys no para de llorar—. Esto es una pesadilla. Estos desgraciados lo pensaron todo. Estaban esperando la hora de que mi abuela no pudiera defenderse para —Gladys no puede continuar. Hunde las uñas en la cama y lo mira—. ¿Qué tengo que esperar ahora?

—Ahora esperaremos tu juicio, Gladys —Marco toma su mano—. Y con suerte, podemos demostrar que los documentos presentados son los únicos falsificados. Confía en que todo saldrá bien. Ahora tienes que luchar por ese bebé. ¿Aún quieres que nadie sepa de tu embarazo?

Gladys tiembla. Y asiente una y otra vez.

—Nadie merece saber que llevo un hijo de Juan Pablo. Nadie, ni siquiera él. Hoy me demostró que la única mujer a la que ama y le importa es ella. Y mi hijo no recibirá su desprecio. Enrique, por favor, necesito recuperar mi libertad. No pueden quitarme todo lo que tengo —Gladys le súplica—. Por favor.

Enrique sólo asiente con un deje de nostalgia. En el fondo sabe, que esta situación es más complicada de lo que pensó.

En el juicio, Gladys permanece en silencio. Tres noches desde que se enteró de todo esto, y nadie, absolutamente nadie la apoya. Cuando gira a los sillones con tal de ver a alguien más, a nadie consigue. Juan Pablo no está aquí. Tiembla por la decepción y la crudeza con la que la abandonó así sin más.

Gladys se aguanta las lágrimas tocando su vientre, pero esa lágrima cae por su mejilla mientras escucha todo lo que tiene que decir el fiscal, y todo lo que demuestra Enrique para salvarla.

—Por todo lo que he escuchado el día de hoy, hemos encontrado a la ciudadana Gladys Bustamante por el delito de falsificación de documentos públicos. Se le condena a la ciudadana a 3 años de prisión.

Gladys tiembla con los ojos abiertos. La jueza continúa:

—Se declara a la ciudadana Gladys Bustamante carente de cualquier derecho a la herencia y sobre los bienes dejados por la señora Carolina Bustamante. Y por lo tanto, se declara como única y total heredera la ciudadana Esmeralda Torres en condición especifica de única hija del difunto señor Armando Bustamante y heredera única de los bienes de la familia Bustamante Reinado.

Gladys no puede oír más esto.

—Enrique —balbucea Gladys—. No pueden hacerme esto. ¿Qué hay de mi pequeño? Si es el único heredero de ésta familia, y ahora, me quitan mi apellido. ¿Q-qué pasará con nosotros?

—Gladys —Enrique la mira con pesar—. La sentencia fue contundente. Yo…lo lamento mucho.

Gladys se queda en silencio. Solo sus labios tiemblan, y a la sentencia clara de éste jurado, no puede hacer absolutamente nada. La jueza dictamina las última palabras pero Gladys no puede oír absolutamente nada. No puede. Encadenada, sin vida, sin apellido, sin dinero, desheredada por completo por un crimen que jamás cometió, vulnerable, la levantan de su estrado y así, puede girarse hacia los asientos del salón.

Esmeralda sonríe con los lentes puestos.

En el pecho de Gladys latente surge una llama de rencor y puro odio contra ella.

Y contra el propio Juan Pablo.

Contra el mundo.

—Enrique, ¿Qué hay de mi bebé? No puedo dar a luz aquí en la cárcel.

—Asistirás a los controles prenatales y se te garantizará la atención médica. Cuando el niño nazca, también. Pero si deseas-

—No —Gladys ruge con lágrimas en los ojos—. Ni te atrevas a mencionar a ese hombre, Enrique. Nunca en tu vida ni delante de mi presencia. Ya tiene la firma de su divorcio, ya no hay nada que nos una—Gladys intenta controlar el tono de su voz para no sollozar.

Ezequiel suspira.

—Haremos lo posible para que salgas por libertad condicional, Gladys.

Gladys se toca el vientre y rompe a llorar.

—¡No es justo, Enrique! ¡¿Por qué?! ¡¿Cómo Esmeralda logró armar todo esto?! ¡¿Cómo compró al abogado?! ¿Con qué derecho me quitó todo? Ahora no tengo dinero, no tengo nada, y este hijo nacerá en una prisión. ¡¿Cómo es posible?!

—Yo me encargaré de desglosar todo esto, pero tú, Gladys, mantente fuerte. O si no, ¿Qué apoyo tendrá ese bebé?

Gladys cierra los ojos.

—Vendré mañana, y hablaremos mejor. Necesitamos saber a qué prisión te trasladarán —Enrique le muestra una pequeña sonrisa para calmarla.

Gladys duerme una vez más en una prisión, abrazando su vientre porque es la única familia que tiene ahora con vida. Tanto es su cansancio y sus lágrimas que cayó dormida, sentada, y apenas con un plato de comida en el estómago. Cuando un ruido la despierta, ya es de madrugada.

—¡Hey! ¡Despierta!

Gladys parpadea, limpiándose las lágrimas secas.

—¿Qué? ¿Q-qué sucede?

—Serás traslada a una nueva sede en otra parte de la ciudad —dicta la policía al otro lado de la celda.

—No, no puede ser posible. Tengo esperar a mi abogado…

—Lamento informarle, señora, que su abogado perdió la vida en un accidente automovilístico hace apenas unas horas. Acaba de morir de un infarto mientras era reanimado.

El mundo de Gladys colapsa.

—Ahora acompáñeme, por favor. Es hora de moverse. ¡Muévase! —le exige la policía cuando Gladys, totalmente en shock, cae de rodillas.

Ahora no hay nadie en este mundo que pueda ayudarla.

Ahora realmente quedó en la ruina para siempre.

***

—¡Señora, por favor, puje! Puedo ver la cabeza de su hija.

Gladys grita, suda y se apoya de las sábanas en donde se encuentra recostada, con las piernas abiertas y en labor de parto.

Su hija decidió que es hora de venir al mundo luego de unos nueves y largos meses.

La muerte de Enrique, el único que podía ayudarla a solventar toda su ruina, empeoró todo. Gladys ha tenido que sobrevivir, embarazada y desheredada, culpada de un delito que jamás cometió en una prisión de mujeres. Aislada de todos debido a su condición de embarazo, Gladys sólo se le permitió salir al patio como lo recomendaba la doctora asignada a su embarazo. La vida del bebé que llevaba era lo más importante.

—¿Estás segura que no deseas que nadie sepa de tu embarazo? —le preguntó Tamara Gutiérrez, la jueza que llevó su caso.

Gladys, llena de odio y decepción, con un claro rencor expresó:

—Nadie —aseveró con fuerza.

—Bien, señora Bustamante. Sin embargo, aseguraremos su bienestar y el bienestar del niño en estos meses. ¿De acuerdo?

Gladys se limpió una lágrima y no respondió más. ¿Cómo podría? Si a Gladys le habían quitado todo, absolutamente todo. Firmó los papeles del divorcio, y desde entonces, Juan Pablo Villareal desapareció para siempre. La abandonó a su suerte, sin más. Nueve meses en la espera de su pequeña, porque será una niña, entre cuatros paredes, un patio, en silencio y con la vida destruida.

 Nadie vino a verla.

Absolutamente nadie.

—¡Señora, puje! —vuelve a pedir la enfermera—. Sólo un poco. Un poco más.

Gladys se aferra a las sábanas, hunde los talones en el colchón y de su garganta brota un grito espeluznante lleno de dolor. Cuando cae derrotada a la camilla, el llanto inunda toda la habitación de parto. Gladys puede respirar, sudada y ensangrentada, porque rompió fuente cuando estaba sola, finalmente en paz. El mejor sonido que ha podido escuchar en su vida.

El llanto su pequeña hija.

—Aquí tienes —la enfermera coloca a la bebé en su pecho—. Una hermosa bebé sana.

—Gracias a Dios, gracias a Dios —balbucea Gladys arropando a su bebé, entre besos y un llanto que la acompaña de manera rápida, que no puede evitar, porque entre toda esta oscuridad, la única luz que la acompaña es ésta preciosa bebé que acaba de calmarse por sus besos y palabras—. ¿Está segura —Gladys traga saliva—, que no me la van a quitar…?

—100% segura, Gladys —responde la enfermera—. La bebé se quedará contigo. Recuerda que tienes un llamado por parte de la jueza. Permíteme, tengo que revisar a la niña.

Con cuidado su hija, tan pequeña como sus manos, llega a los brazos de la enfermera. Gladys titirita del frío que sube por sus piernas, casi temblando de pies a cabeza. El desastre de su parto lo atiende la enfermera que en silencio también termina con lo que necesita Gladys para tener reposo. Sus defensas siguen bajas. El estado emocional en el que se ha encontrado todos estos meses afectó un poco su embarazo.

Gladys agradece en un hilo de voz a la enfermera que entra con una pequeña sonrisa.

—Aquí estás. Pesó 3.5 kilos y estoy segura que está hambrienta —la enfermera, Fabiola, le entrega a la bebé con el mismo cuidado de siempre—. Felicidades, Gladys.

—Gracias. Muchas gracias —solloza Gladys—, usted es…la única que me ha apoyado en todos estos meses, la única a la que yo puedo considerar…una amiga.

—No digas eso, Gladys. Saldrás de aquí, y con tu hija. Y por lo que me has contado, volverás a tener lo que te pertenecía. Sólo…mírala. Ella es más que suficiente, ¿No es así? —Fabiola sonríe con nostalgia.

Gladys baja los ojos hacia su hija, quien ya se alimenta de su leche materna. La admira en silencio y suspira.

—Ella lo es todo ahora —asiente con determinación—. Y es lo único que no me van a quitar. Tendrán que asesinarme de verdad.

—¿Y su padre? —Fabiola pregunta—. ¿Tienes pensado decírselo?

Gladys besa la cabeza de su recién nacida.

—Él pedirá perdón y se arrodillará. Y ni así tendrá el derecho de saber nada. A ella no le faltará nada —Gladys sonríe, acompañada de esas lágrimas que manchan la mejilla sonrojada de su pequeña bebé—. Jamás lo sabrá; no merece mis lágrimas, ni tampoco las suyas…

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