3. Cara a cara

Todavía no puede ir a su celda, así que Gladys permanece en la habitación tomando reposo todavía con su bebé en brazos. Tiene un día de nacida, y ya tiene los ojos abiertos.

Si no decayó en la miseria ni murió dentro de prisión por la tristeza fue por su bebé, con sangre Bustamante. Su heredera.

Esmeralda Torre usurpa el poder con un criterio falso, con mentiras. Se lo quitó todo, su familia, su abuela, su dinero, su apellido. Pero no le quitará a su hija lo que le corresponde por ley. Todos estos meses sólo funcionaron para trazar un plan a su regreso. Pretende no solo demostrar la verdad, sino también humillar a todo aquel que se atrevió a desconfiar de ella, y de su abuela.

Cuando pase la semana, tendrá que volver a su celda. Los tres años deben pasar rápido. Además, tiene una hija a la cual criar fuera de esta oscuridad. Cierra los ojos un momento mientras su bebé duerme en sus brazos. A la habitación entra Fabiola junto a la misma jueza que dijo su sentencia meses atrás.

—Felicidades, señora Bustamante —reconoce la juez, Tamara, ya cuando cierran la puerta de la habitación. Claramente resulta extraño para Gladys, quien frunce el ceño y cubre a su bebé por instinto—. No vengo aquí a molestarla, mucho menos ahora que acaba de dar a luz. Sólo vine-

—Doña Tamara tiene algo que decirte, Gladys. Algo muy serio, pero —Fabiola asiente—, pero estoy segura que te gustará.

—No lo entiendo —Gladys habla desconfiada. Mira a Tamara con los ojos entrecerrados—. ¿Qué tiene que decirme que ya no me hayan dicho? ¿Mentirosa, una criminal? Lo sé todo.

—Hablo sobre su libertad condicional, señora Bustamante.

El mundo para Gladys se detiene por completo. Tanto así, que por unos pequeños instantes cree que sueña. Casi se ahoga en su propia saliva y es por puro reflejos que vuelve a cubrir a su hija con la manta, colocándola en su hombro con los ojos abiertos.

—¿De qué me está hablando?

—Sigo tu caso, Gladys. Y he visto tu comportamiento estos meses, además, hay una niña involucrada que debe vivir al lado de su madre. Los factores que necesitamos para tu libertad condicional ya están en mis manos, y un jurado decidirá qué hacer. Yo, puedo decirte que tienes la oportunidad de considerar una libertad condicional, sólo tendrías que oír las condiciones.

—¿Y…cuáles serían esas condiciones?

—Lo dirán los jurados en el transcurso de ésta semana. Yo misma te informaré —Tamara asiente—. No hay necesidad de pasar 3 años aquí, es lo que trato de decirte.

—¿Me está diciendo que puedo salir de aquí con mi hija y no esperar los dos años?

—Exactamente.

Gladys se queda paralizada cuando escucha. ¿Está hablando en serio? Cuando murió Enrique también todas sus esperanzas. Así que escuchar esto hoy, justo en el nacimiento de su bebé, es lo mismo que respirar un aire puro luego de años en el musgo.

—Sólo tengo una condición.

Tamara observa a la doctora Fabiola.

—¿Sí, señora Bustamante?

—Que nadie, absolutamente nadie de la familia Villareal se entere que estoy libre, ni mucho menos Esmeralda Torres —Gladys sentencia con pura furia—, y mucho menos que di luz a la única heredera legítima de Juan Pablo Villareal. ¿Ha comprendido?

***

Cuando Gladys escucha los últimos veredictos de los jurados para su libertad condicional, sus ojos sólo tienen interés en ver a su pequeña bebé en brazos. Tiene cuatro días de nacidas y es un ángel completamente, de pies a cabeza.

Esmeralda se encargó de borrarla de la existencia. Lo único que deseaba era encerrarla, olvidarse del caso, y dejarla pudrirse en la cárcel para siempre.

Es una libertad con la que soñó por mucho tiempo, pero, no se siente realmente feliz.

El nuevo abogado que se le asignó luego de la muerte de Enrique ya le entregó la solicitud. Y la Jueza Tamara responde a la misma.

—Las normativas, señora Bustamante, para su libertad condicional son las siguientes: deberá informar sus cambios de residencia, tener una buena conducta, comparecer ante la autoridad judicial. ¿Entendió?

Gladys traga saliva. Quita la vista de su hija para colocarla en Tamara.

—Sí, Su Señoría.

—Bien —Tamara arregla los papeles en su escritorio—. Oficial, proceda, por favor.

Sólo hasta ahora es que Gladys se da cuenta que es una realidad. Saldrá de éste agujero, finalmente, y junto a su bebé. Podrá darle la vida que merece, podrá recuperarlo todo. Sólo...¿Qué deparará ahora? Eso no importa. Gladys tiene una sola cosa qué hacer y continuar.

Era abogada. Podrá encontrar trabajo en algún buffet aquí en Bogotá, pero, ¿Qué pasa con el dinero?

Está en la ruina.

No tiene ni un solo centavo. Todos sus bienes, herencias, propiedades, tarjetas y hasta ahorros fueron incautados en el proceso legal. Todo quedó a manos de Esmeralda. Gladys suspira, sentada en la cama del cuarto donde se hospedó todos estos meses en prisión por su embarazo. Espera que Fabiola venga junto a Tamara. Su abuela tenía ahorros guardados sin que nadie lo supiera no aquí en Colombia, sino en Estados Unidos.

Al menos, debería buscar la manera de saber si esos ahorros de su abuela siguen intactos. Es lo único que la podrá ayudar en su miseria mientras busca un trabajo, y busca demostrar que Esmeralda se aprovechó de todo esto.

—Entre dos árboles —Carolina, su abuela, le decía una vez. Gladys no prestaba atención.

—¿Qué dijiste? No entendí —Gladys miró a su abuela con duda.

Carolina sólo suspiró.

—Cuando yo no esté puedes buscar entre dos árboles.

—¿En la casa de Medellín? —Gladys sólo rio—. ¿De qué hablas, abuela? Siempre estaremos juntas.

Carolina sólo bajó la mirada y le acarició la mano.

—Eso espero, querida.

—¿Estás lista? —Fabiola entra la habitación, sacándola de sus recuerdos. Gladys se pone de pie, arropando a su bebé—. ¿En dónde te quedarás?

—Todavía no lo sé…—confiesa Gladys con sinceridad—. No tengo nada allá afuera, Fabiola. Al menos aquí tenía un techo.

Fabiola arruga el ceño en tristeza.

—¿Y esa bebé? Es apenas una recién nacida.

—Necesita muchas cosas qué no sé si podré darle —Gladys cierra los ojos—, pero encontraré un arriendo lo más barato posible, y buscaré trabajo. Es lo que debo hacer ahora.

—Te juro que si pudiera ayudarte, Gladys, lo haría sin falta. Pero sólo duermo en una pieza pequeña y-

—Fabiola —Gladys la interrumpe con suavidad—. Ya hiciste muchas cosas por mí y por mi pequeña bebé. No te pediría algo tan delicado como esto.

—Pero…¡Estás sola, Gladys! ¿Qué piensas hacer cuando salgas de aquí? ¿Cuál será el primer lugar donde irás? —Fabiola susurra casi al borde de las lágrimas. Se había encariñado con ésta mujer y ahora más con esa pequeña bebé que lleva en manos—. Hay un lugar a donde puedes asistir. Dan refugio unos cuántos días sólo si llegas a tiempo. Es una fila larga y sólo hay espacio para unas sesenta personas.

—Oh, gracias por decirme, Fabiola. Buscaré la manera de acercarme —Gladys envuelve mejor a su bebé hasta asegurarse de que su hija se encuentra bien abrigada. Suspira con fuerza, temiendo de lo que pueda encontrar allá afuera—. Creo que-

Fabiola saca de su cartera un par de pesos que pudo conseguir estos días.

—Fabiola, no tienes porqué-

—Gladys, te pediré que aceptes esto, aunque no es mucho, para que comas al menos hoy, le compres algo a esa bebé. Tómalo, por favor. No sé cuándo nos volveremos a ver y, entiéndelo, no tienes a nadie —Fabiola le coloca el billete en la mano—. Acéptalo, por tu hija.

Un par de lágrimas descienden de la mejilla de Gladys.

—Gracias…—solloza con el corazón roto.

—No, está bien. Escuché también que hay muchas mujeres con dinero que buscan personas para intérnalas y que limpien sus casas. ¿Podrías averiguar?

Gladys traga saliva. El nudo en su garganta no la deja responder a tiempo.

—Sí, lo sé —Gladys mira el dinero en su mano. Lo único que tiene para sobrevivir ahora—. Yo fui alguna vez una de ellas —abraza a Fabiola—. Gracias. Una vez todo esto termine te buscaré y te recompensaré todo lo que has hecho por mí y por mi niña.

Si Fabiola responde Gladys no la escucha. La policía encargada de escoltarla afuera de la habitación y del reclusorio ya ordena a la fuerza que se mueva. Gladys sólo le sonríe a Fabiola con melancolía antes de arropar con fuerza a su bebé, suspirar para cesar la debilidad que todavía siente a causa del parto, y arrastrar sus pies al camino que jamás creyó que tocaría. Cierra los ojos, y besa a su pequeña bebé con ligereza.

—Eres lo único que me importa —susurra Gladys con el corazón roto—. Estaremos bien.

El aire fresco de la libertad es tan distinto. Los primeros días quería escapar, quería esto. Y ahora que lo tiene, un nudo en su garganta, un vacío en su estómago, es lo único que siente ahora. La compañía de su hija es su fuerte, y aunque pueda creer que todo acabó, no, para nada.

La sed de odio que tiene encerrado en su corazón se apoderó de ella como una tormenta.

Una lágrima desciende por su mejilla, y sólo le queda vivir ésta falacia, ésta crueldad, donde su hija no tiene nada qué ver.

Gladys camina por las calles de la ciudad sin rumbo. Intenta recordar las palabras de Fabiola acerca del refugio, y cuando llega al sitio acordado, con la esperanza que podrá alimentar a su bebé en un espacio, aunque sea silencioso, tiene la horrible noticia de que ya no hay más puestos.

—P-pero, señor, tengo una hija. ¿No sería tan amable de dejarme aunque sea ésta noche? Le juro que me iré lo más temprano posible-

—Lo lamento, señorita. Pero las camas están llenas. Y no podemos dejar que la gente duerma en el piso. Vuelva mañana, seguro conseguirá algo.

—¡Pero…! —Gladys intenta detenerlo cuando la desgracia pasa por su mente. La puerta se cierra—. ¡Señor, por favor! —su bebé tiembla en sus brazos porque ella misma tiembla—. ¡Por favor, señor! Tengo una recién nacida. Dios —Gladys retrocede, mirando hacia el cielo. Pronto caerá la noche, y ahora mismo no hay ningún lugar a la cual ir—. Dios, ayúdame. ¿Qué voy a hacer ahora…? ¿Qué?

El llanto de su bebé la saca del trance. Debe tener hambre, pero, ¿Dónde podría sentarse a alimentarla si también el frío juega en su contra? Gladys vaga a la deriva hasta encontrar una estación de buses donde, al menos, un techo la recibe.

—Calma, mi niña —entre lágrimas, Gladys intenta mantener la cordura. No puede volverse loca. No cuando lo único que tiene su hija es ella. Y ella sólo tiene a su hija—. Algo se me ocurrirá, lo juro. Pero por favor, deja de llorar…—Gladys le acaricia la mejilla al verla alimentarse de su pecho—, me partes el corazón si lloras.

El único lugar para dormir ésta noche fría, solitaria y apenas con un alma paseándose por la cera, es ésta parada de bus. Gladys se acomoda una vez le saca los gases. También se quita la chaqueta para cubrir a su bebé del frío que golpea la ciudad. La gelidez la aturde minutos después. Los labios de Gladys tiemblan, sus labios se vuelven morados, y sus suspiros se congelan cuando dejan su boca.

—Todo está bien, mi niña —Gladys repite, aferrándose a su pequeña con fuerza.

Gladys no duerme en toda la noche. No puede. ¿Cómo puede dormir? Abandonada en medio de la calle, sin nadie, sin alma. Lo único que puede perder es a su hija si se atreve a cerrar los ojos. Sus lágrimas son silenciosas, mirando un punto fijo.

—¿Por qué me hicieron esto? —Gladys tiembla al recordar las razones de su miseria—. ¿Por qué me tuviste que abandonar tú, Juan Pablo…?

Al primer rayo de luz Gladys tiene recostada la cabeza en la pared, con los ojos vacíos, ya de tanto llorar no queda nada dentro. Sus ojos rojos, sus labios resecos y pálidos, su rostro hinchado. ¿Ahora? ¿Cuál es el siguiente paso?

—Dos árboles —repite Gladys al recordar a su abuela antes de morir sin vida—. Busca entre los dos árboles…

Sin embargo, la alarma aparece de repente. Gladys se endereza de golpe, al borde de las lágrimas.

—¿Qué había entre los dos árboles, abuela? —Gladys se pone de pie—. Ayúdame, por favor. Ilumíname, te lo ruego.

Recuerda esos dos árboles, detrás de la propiedad en Medellín. Pero, ¿Cómo podría llegar allá sin tanto dinero? ¡Algo se le ocurrirá!

—Vamos, bebé —Gladys, consumida por el cansancio y el frío, se marcha de la parada del autobús para cruzar la calle—. No todo está perdido para nosotras.

Gladys pasa la calle sin mirar a los lados, aferrada a su pequeña casi con la vida. En cuestión de segundos, bajo el trajín de la nueva mañana, Gladys grita y abre los ojos al percatarse de la luz que viene al sentido contrario.

El carro frena de golpe.

El aire del cuerpo de Gladys se marcha a los segundos. Sólo faltaban centímetros para que éste auto la golpeara. No quiere echarse a pelear en medio de la calle con un desconocido. Tose y tambaleándose camina lejos del auto hacia la otra calle.

Con un paso después, Gladys se detiene otra vez.

Ésta vez, sin aire.

—¿Gladys…?

Oh, no.

No, por Dios.

No, Dios Mío.

Gladys se da la vuelta.

—Gladys, ¿Eres tú? —hay una especie de desesperación en esa voz. ¿O es que está soñando?—. Gladys.

Sin poder pronunciar palabra alguna, o moverse de dónde está, Gladys se congela en su sitio cuando Juan Pablo Villareal es el dueño de ese auto y la mira con los ojos abiertos, pálido de la sorpresa.

Su ex esposo es quien parado está frente a ella como un fantasma.

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