10. No disfrutan de la verdad
Desde que era una niña Esmeralda Torres siempre, en todo momento y a cada segundo de su existencia lo único que podía solventar la envida contra Gladys fue desaparecerla.
Lo logró.
—Mamá —la vocecita de un pequeño niño de tres años se oye cuando las puertas de su habitación se abren. El pequeño la abrió sin querer—. ¡Mamá, cárgame!
Pero Esmeralda solo sigue viendo la ventana, sumergida en sus pensamientos frívolos.
«Desgraciada. Apareciste. ¿Acaso no fue suficiente para ti quedarte muerta?» No hay nada que Esmeralda quiera, en estos momentos, que hacerla desaparecer. En especial cuando sólo han pasado horas desde que lo supo. El niño continúa jalando su vestido, y ella, enfrascada en el odio que la consumió por muchos años, lo ignora continuamente.
—Señora —Manuela la llama desde atrás—. ¿Quiere que llame al señor Juan Pablo?
—Lárgate —Esmeralda gruñe.
Manuela tensa la mandíbula y asiente.
—Como ordene.
—Mamá, cárgame —el pequeño continúa, alzando sus manos. Esmeralda, de brazos cruza