Capítulo 83: Promesas.
El cielo tenía el color opaco del cemento viejo, y el viento parecía llevar consigo secretos que nadie se atrevía a susurrar en voz alta. Frente a la capilla privada, unas pocas coronas —blancas, casi desangeladas— flotaban sobre trípodes cubiertos de lluvia fina. Los presentes hablaban en voz baja, como si gritar pudiera revivir lo muerto. El nombre de Lucrecia brillaba en la tarjeta sobre la corona más grande; alguien había querido que su recuerdo se viera impecable, aunque nada allí devolviera la calidez de su risa ni los gestos rotos de su vida.
Los coches comenzaron a llegar en fila discreta y amenazadora; blindados, negros, cristales oscuros. El sonido de los motores, sordo, rompió el silencio y causó que más de un asistente alzara la vista. ¿Demasiada protección para un funeral? Algunos murmuraron. Otros, directamente, se quedaron en silencio porque sabían que en aquel mundo el peligro iba siempre de la mano con el luto.
En el centro del pequeño cementerio emocional, Camila est