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Reconquistando un corazón roto
Reconquistando un corazón roto
Por: Lgamarra
Capítulo 1· Cinco años en Silencio.

Elena acomodó por última vez la servilleta blanca sobre la mesa de roble. Las velas ya llevaban más de dos horas encendidas. El vino, descorchado y sin servir. La cena, ahora fría, seguía intacta sobre los platos de porcelana que había elegido con tanto esmero. Todo estaba perfecto. Demasiado perfecto… para alguien que no llegaría.

Cinco años.

Cinco años de matrimonio.

Cinco años de esperas, de miradas vacías, de silencios que cortaban más que cualquier grito.

La casa estaba sumida en una calma insoportable. El reloj marcaba las 2:17 de la madrugada. Afuera llovía, como si el cielo supiera que, dentro de ese hogar, en ese preciso instante, algo se marchitaba lentamente.

Elena cerró los ojos por un momento y la imagen llegó sin permiso: el día de su boda.

Vestido marfil, encaje bordado a mano, una catedral repleta de flores blancas. Todo parecía sacado de una postal… hasta que Alexander entró.

Debió entender en ese instante, cuando llegó tarde que iba a ser un cuento de hadas. Ingenua.

Él caminaba firme, como si no estuviera a punto de unir su vida con alguien. Su rostro, tallado en mármol. Sus ojos, distantes, ausentes. Y cuando se paró frente a ella, su mandíbula apretada y su voz seca fueron la sentencia.

— Haz lo que tengas que hacer — le había susurrado entre dientes —. Pero no esperes nada de mí.

Las palabras se le clavaron como agujas esa tarde. Y cinco años después, seguían sangrando.

Elena abrió los ojos. Las velas se habían consumido. El silencio la abrazaba como una soga al cuello. No había mensajes, ni llamadas. Solo la certeza punzante de que no era suficiente… nunca lo había sido.

Subió las escaleras con la garganta apretada. Cada paso le pesaba. En la habitación matrimonial, una cama perfectamente tendida la esperaba. Inmaculada. Intacta. Como casi todas las noches.

Se quitó el vestido azul que había elegido con ilusión, pensando — ingenuamente — que él al menos notaría el detalle. Dejó sus tacones en el armario y se metió a la cama, sola, como siempre.

A las 5:38 a.m., el ruido de la puerta principal la despertó.

Elena no se movió. Solo esperó. Escuchó los pasos. El sonido de las llaves cayendo sobre la consola. El silencio.

Minutos después, la puerta del dormitorio se abrió.

Alexander entró, sin decir palabra. Llevaba el traje desalineado, la camisa con los dos primeros botones desabrochados. No había olor a alcohol. Solo a perfume ajeno.

— ¿Te divertiste? — preguntó Elena con voz rasposa, aún recostada.

Él se detuvo. La miró por un instante. Luego caminó hacia el armario sin contestar.

— Hoy era nuestro aniversario — insistió ella, con una esperanza inútil.

Alexander se giró levemente, arqueando una ceja. Sus ojos grises, fríos como el hielo, se clavaron en ella con indiferencia.

— No esperaba nada de ti, Elena.

La frase fue un puñetazo directo al pecho.

— Tranquila… — agregó con desdén mientras sacaba una camisa limpia del armario —. El error fue mío al creer que me importaba.

No gritó. No levantó la voz. Pero la crueldad en su tono fue suficiente para romper algo más dentro de ella.

Alexander desapareció en el baño, cerrando la puerta con un clic mecánico. Elena se sentó en la cama, sintiéndose pequeña, invisible, irrelevante.

No era la primera vez que la ignoraba. Pero esa madrugada… esa mirada vacía… fue diferente. Algo se había roto del todo.

Horas más tarde, en la cocina, Elena tomaba café mientras miraba la lluvia golpear los ventanales. Había decidido no llorar. Esa era su nueva promesa.

Escuchó los tacones antes de verla. El sonido familiar, seguro, arrogante.

Camila.

Su hermana entró como si la casa le perteneciera. Llevaba un abrigo de diseñador, gafas de sol a pesar del clima, y una sonrisa de superioridad que siempre supo cómo usar como arma.

— Buenos días — canturreó, quitándose las gafas —. ¿Dónde está Alexander?

— En su estudio — respondió Elena con voz apagada.

Camila se acercó al refrigerador sin pedir permiso, como hacía siempre. Sacó una botella de agua y se apoyó en la encimera, observando a su hermana de arriba abajo.

— ¿Pasó algo? Te ves… peor de lo normal.

Elena apretó la taza con fuerza, pero no dijo nada.

— Ah, cierto. Ayer era tu aniversario, ¿no?

Silencio.

— Bueno, no te culpes, hermanita. Cinco años de un matrimonio sin amor es una condena larga para cualquiera. ¿No crees?

Elena levantó la vista. Por un segundo, su mirada se encontró con la de Camila. Fue una chispa breve, pero lo suficientemente intensa como para dejar claro que, aunque aún no tenía fuerzas para responder, estaba empezando a despertar.

Camila sonrió. Esa sonrisa venenosa que usaba cuando creía que había ganado.

— Por cierto — añadió con falsa ligereza —, Alexander me pidió que lo acompañara esta noche a la gala de inversión. Supongo que no te molesta, ¿verdad?

La pregunta era innecesaria. Elena solo asintió con la cabeza y se marchó de la cocina sin mirar atrás.

Esa noche, desde la ventana de su habitación, Elena los vio salir juntos. Camila llevaba un vestido negro ajustado. Alexander la escoltaba con esa postura altiva que siempre lo hacía parecer más una escultura viviente que un hombre.

No se tocaban. No se miraban demasiado. Pero la conexión entre ellos era evidente. Siempre lo había sido.

Elena retrocedió. Cerró la cortina. Y por primera vez en mucho tiempo, dejó caer la taza al suelo.

No hizo ningún intento por recogerla.

Se sentó en el borde de la cama, con el corazón hecho un nudo. Lágrimas silenciosas comenzaron a correr por su rostro. No gritó. No se permitió desmoronarse del todo.

Pero en su pecho, la herida sangraba con una promesa silenciosa:

Ya no más.

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