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Al día siguiente, cuando Mila abrió los ojos, sintió el calor de otro cuerpo junto al suyo.Su respiración se pausó un instante antes de atreverse a girar la cabeza.Allí estaba él. Aldo dormía a su lado, su rostro relajado, casi angelical, como si el mundo no pudiera perturbar su paz.Su pecho se llenó de un torbellino de emociones al observarlo.Su mano, casi sin permiso, se deslizó por la sábana hasta rozar su mejilla con la punta de los dedos.Su piel era cálida, su respiración tranquila, pero en ella todo era caos.Los recuerdos de la noche anterior la golpearon con la fuerza de una tormenta.Sus labios buscándose con desesperación, sus cuerpos entregándose sin reservas, el fuego, la ternura... todo estaba ahí, latente en su memoria y en cada rincón de su piel.Su corazón golpeó contra su pecho.«¿Qué es lo que siento por ti, Aldo?»Se obligó a apartarse. Se levantó en silencio y caminó hacia el baño, buscando refugio en el agua fría que quizá pudiera calmar lo que ardía dentro de
El rostro de Francisco se torció en un rictus de rabia pura.Sus ojos, ennegrecidos por la furia, chispeaban con un brillo peligroso cuando se acercó a Arly con pasos lentos, amenazantes.Sin previo aviso, le agarró el rostro con ambas manos y pellizcó sus mejillas con fuerza, obligándola a mirarlo fijamente.—¡¿Qué dices?! —su voz fue un rugido seco, cargado de incredulidad y enojo—. ¿Te escuchas a ti misma? ¡Estás delirando!Arly sintió el ardor en su piel, el apretón era doloroso, pero lo que más le dolía era la sensación de haber cruzado una línea de la que ya no podría regresar.—Francisco… —susurró con la voz temblorosa—. ¡No hagas daño a Aldo!Él parpadeó. Hubo un breve instante de silencio antes de que soltara una carcajada incrédula, como si lo que acababa de escuchar fuera tan ridículo que no pudiera más que reírse.—¡Arly! —bufó, sacudiendo la cabeza—. ¿Escuchaste mal o estás inventando tonterías? Yo no soy un asesino, ¡estás loca! —se llevó las manos al pecho con un gesto e
Al llegar a casa, Mila ordenó que llamaran al médico. La angustia, la carcomía.Aldo se recostó en la cama con una sonrisa tierna.—Estoy bien, mi amor. No te preocupes.Alzó la mano y Mila la tomó. Sus ojos seguían llorosos cuando el doctor llegó.Después de revisarlo, el médico limpió la herida y le recetó antibióticos.—El señor Coleman está bien, pero debe cuidar la herida para evitar infecciones.Mila asintió con determinación.—Lo cuidaré.El médico se fue y Aldo, adormecido por los medicamentos, se quedó dormido.Mila se sentó a su lado y lo observó. Se veía fuerte y atractivo, pero ahora, vulnerable en la cama, sintió que, si lo perdía, el dolor sería insoportable.—¿Tanto me amas, Aldo? —susurró, tomando su mano.No obtuvo respuesta. Pero no la necesitaba.Lo sentía en cada mirada, cada caricia, cada beso.Lanzó un suspiro. Solo quería que él estuviera bien.***En la ciudadPaz y Mia estaban en una cafetería conversando.—¿Cómo estás, mi amor? Dime la verdad. —Paz la miró con
—¡Basta, papá! —la voz de Mia resonó con fuerza en la habitación, llenando el aire de tensión.Su pecho subía y bajaba con la respiración entrecortada, mientras sus ojos brillaban con una mezcla de miedo y desesperación.—¡Terrance y Gabriel, deténganse ahora mismo! —gritó Paz, su tono autoritario retumbando como un golpe seco.La furia en su rostro era evidente, pero había algo más: una profunda preocupación por el hombre al que había criado como su propio hijo.Ambos hombres se quedaron quietos, sorprendidos por la intervención, aunque el enojo seguía reflejándose en sus ojos.Se miraron brevemente, la incertidumbre cruzando por sus rostros.Pero Eugenio, a pesar de ser el objetivo de la pelea, no parecía estar tan afectado por los golpes.Apenas tenía un ligero corte en la boca, pero su rostro mostraba una palidez que delataba su vulnerabilidad.Mia se acercó a él con pasos vacilantes, su corazón latiendo con fuerza, como si quisiera huir, pero su cuerpo no respondía.Sus manos temb
Arly dejó de grabar y su instinto de supervivencia se activó como un resorte. Corrió. Sus tacones resonaron en el suelo, pero no aminoró la marcha.Bajó las escaleras de emergencia a toda velocidad, aferrándose a la barandilla para no caer. No miraría atrás.¡Querían matarla!El terror le oprimía el pecho, cada respiración era un suplicio. Su mundo entero se había desplomado en un segundo.Cuando llegó al estacionamiento, sus manos temblaban tanto que le costó abrir la puerta del auto. Finalmente, lo logró, se deslizó en el asiento y giró la llave con un movimiento torpe.Tenía que huir.Pisó el acelerador sin control, saliendo del edificio como un alma en pena. Las luces de la ciudad parpadeaban ante sus ojos empañados por las lágrimas. Sus manos sudaban en el volante, su corazón latía como un tambor de guerra.Todo fue una mentira.Francisco. Su prometido. El hombre al que había amado. El hombre con el que soñaba compartir su vida. El hombre que quería verla muerta.Las lágrimas surc
Arly lloró toda la noche, sintiendo el peso de la traición sobre ella, como si cada lágrima fuera un grito ahogado en su pecho. El dolor era insoportable, pero su mente, aunque turbada, seguía funcionando con una claridad fría y calculadora.A la madrugada, después de horas de estar en la oscuridad de su habitación, hizo lo que sabía que debía hacer.Su maleta estaba lista. La ropa que había elegido para escapar de su vida anterior estaba cuidadosamente doblada, pero más importante aún, guardó sus documentos y escribió una nota para él, para Francisco, el hombre que le había hecho tanto daño. Estaba decidida.Francisco recibiría lo que se merecía.Aunque el temor se mezclaba con la ira, Arly sabía que no podía huir de esta manera.La solución no estaba en escapar, sino en enfrentarlo.De alguna manera, necesitaba cerrar ese ciclo, asegurarse de que él no quedara impune.—Francisco, tú no solo te burlaste de mí, sino que también te burlaste de Mila. Me hiciste sufrir y herirla con tu am
En la islaMila estaba en la cocina, moviendo la cuchara con cuidado mientras el aroma de la comida se impregnaba en el aire.Preparaba algo sencillo, pero con el cariño de quien espera aliviar a su ser querido.Cuando terminó, tomó la bandeja con la comida y la llevó hasta Aldo, que la observaba desde el sofá con una expresión que variaba entre la sorpresa y la gratitud.—Gracias. —dijo él, su voz suave, como si el gesto de Mila lo hubiera tocado de una manera que no sabía cómo expresar.Mila sonrió.Ella dejó la bandeja en la mesa, luego, con una delicadeza casi inusual, tomó la cuchara y, sin decir palabra alguna, la acercó a sus labios para darle de comer.Aldo la miró, no solo sorprendido por el gesto, sino también tocado por la ternura que Mila le estaba mostrando.Su sonrisa se amplió.—¿Sabes que hoy es la boda de Arly y Francisco? —preguntó Aldo, rompiendo el silencio, mientras observaba cómo Mila lo miraba fijamente.Mila asintió, pero su rostro se tornó serio de inmediato.A
El sol comenzaba a hundirse en el horizonte, tiñendo el cielo de tonos anaranjados y rosados, mientras Ryan y Arly caminaban hacia el muelle.Las olas del mar chocaban suavemente contra las maderas envejecidas del puerto, creando una melodía tranquila que contrastaba con la tormenta interna que se desataba en el corazón de Arly.A pesar de la belleza del atardecer, su alma estaba rota, fragmentada, como si no pudiera encontrar el consuelo ni el reposo en el mundo.Los recuerdos de lo vivido con Francisco aún la perseguían, pensó que, a esta hora con él, ya estaría muerta, pero no quería rendirse, sentía la necesidad de seguir adelante, de intentar sanar, de creer que quizás el amor podría llegar a sanar las heridas que todavía sangraban.De repente, Ryan se detuvo en seco.Arly lo miró, confundida, al ver que él se ponía de rodillas frente a ella, con la mirada fija en la suya.El viento soplaba con fuerza, desordenando su cabello, pero lo único que ella podía oír era el latido acelera