Al día siguiente, cuando Mila abrió los ojos, sintió el calor de otro cuerpo junto al suyo.
Su respiración se pausó un instante antes de atreverse a girar la cabeza.
Allí estaba él. Aldo dormía a su lado, su rostro relajado, casi angelical, como si el mundo no pudiera perturbar su paz.
Su pecho se llenó de un torbellino de emociones al observarlo.
Su mano, casi sin permiso, se deslizó por la sábana hasta rozar su mejilla con la punta de los dedos.
Su piel era cálida, su respiración tranquila, pero en ella todo era caos.
Los recuerdos de la noche anterior la golpearon con la fuerza de una tormenta.
Sus labios buscándose con desesperación, sus cuerpos entregándose sin reservas, el fuego, la ternura... todo estaba ahí, latente en su memoria y en cada rincón de su piel.
Su corazón golpeó contra su pecho.
«¿Qué es lo que siento por ti, Aldo?»
Se obligó a apartarse. Se levantó en silencio y caminó hacia el baño, buscando refugio en el agua fría que quizá pudiera calmar lo que ardía dentro de