Terry sintió que el mundo se tambaleaba cuando sus ojos se posaron en ella.
—¡Paz! ¿Tú, aquí? ¿De nuevo? —La incredulidad en su voz no podía ser más evidente. Era como si hubiese visto a un fantasma.
Sus ojos la estudiaban, incrédulos, como buscando pruebas de que aquello era real.
Paz mantuvo la mirada fija en él, aunque por dentro todo en ella temblaba.
Sabía que volver a este lugar era como pisar un campo minado.
Pero entonces, la voz de Deborah, afilada y teñida de nerviosismo, cortó el aire:
—¿Ellas son tus hijas, Paz?
Paz sintió que su estómago se revolvía al escuchar la pregunta.
Las dos pequeñas a su lado, sus gemelas, la miraron con sus enormes ojos, reflejo de la inocencia que ella quería proteger a toda costa.
—¡Claro que sí, son mis hijas! —afirmó con firmeza, desafiando las dudas y temores que la carcomían por dentro.
Terry sintió que algo se rompía en su interior.
¿Sus hijas? ¿Cómo era posible?
Su mente se inundó de preguntas, de rabia, de una esperanza que no quería admi