La fiesta comenzó con un bullicio alegre, una vibrante atmósfera que llenaba la mansión.
Las luces brillaban en el techo y la música envolvía a los invitados como una manta cálida.
Todos reían y disfrutaban, pero, en medio de la multitud, Terrance y Paz se encontraron, como si el resto del mundo hubiera desaparecido.
Terrance tomó su mano con firmeza, guiándola hacia el centro de la pista de baile.
El espacio parecía desaparecer a su alrededor, solo existían ellos dos, en ese pequeño universo privado.
Bailaron lentamente, sus cuerpos moviéndose al compás de una melodía que solo ellos podían oír.
Era como si no pudieran separarse, como si sus corazones latieran al mismo ritmo, en una perfecta sincronización.
—Te amo, Paz —susurró Terrance, sus palabras se perdieron en el suave murmullo de la música, pero Paz las escuchó perfectamente, como si fueran las más importantes de todas—. Gracias por estar a mi lado, gracias por perdonarme.
Paz lo miró, una mezcla de amor y melancolía en sus ojo