Por la noche.
La luna iluminaba el océano, y el viento suave movía la suave tela de las cortinas del yate.
Paz y Terrance subieron juntos al lujoso yate, el ambiente perfecto para lo que sucedería después.
En la habitación, las luces cálidas reflejaban la suave seda del dosel que rodeaba la cama, la cual estaba adornada con pétalos de rosa.
El aire fresco del mar entraba por las ventanas abiertas, pero sus cuerpos, desnudos y entrelazados, ardían con una necesidad incontrolable.
Terrance la miró profundamente, sus ojos reflejaban un deseo desenfrenado.
La acercó a él, besando su piel con la ternura de quien sabe lo que ha esperado tanto tiempo.
Cada roce de sus labios sobre su cuello, cada caricia en su piel era, como una promesa que se cumplía, un testamento del amor que nunca había dejado de arder en su interior.
Paz se dejó llevar, su cuerpo respondía al de él, y su corazón latía con fuerza, como si estuviera a punto de explotar.
Los besos se volvieron más intensos, más urgentes, c