Deborah estaba frente a Patricia, con la espalda erguida y la mirada afilada.
A pesar de que debía guardar reposo absoluto por su embarazo, el odio que ardía dentro de ella le impedía quedarse quieta.
No importaba el riesgo, no importaba el cansancio; lo único que importaba era destruir a Paz.
Patricia la observaba con una media sonrisa, sosteniendo una copa de vino entre los dedos.
Su reputación la precedía: primogénita de un magnate, carácter inestable, una mujer que en otro tiempo habría sido su rival, pero que ahora se convertía en su mejor aliada.
—¿Qué piensas hacer con Paz? —preguntó Deborah, su voz era un susurro venenoso.
Patricia bebió un sorbo y luego sonrió con malicia.
—Esa mujer… —sus ojos brillaron con frialdad—. Cuando termine con ella, deseará estar muerta. Nadie se mete con el hombre que es mío.
Deborah sonrió y alzó su copa.
Ambas brindaron por su siniestro plan, sellando el destino de Paz con un tintineo de cristal.
***
En la cabaña
La noche transcurría en un cálido