—Juguemos. Si quieres otra pregunta, entonces juega a la ruleta rusa, ¿o tienes miedo? —dijo Paz con una calma que rozaba lo gélido.
Terrance soltó una risa baja y ronca, esa que siempre lograba helar la sangre de quienes lo escuchaban.
Tomó el revólver con movimientos precisos, casi elegantes, y observó la única bala antes de girar el tambor.
Lo cerró con un clic seco y lo llevó a su sien.
—¿Miedo? —murmuró, arqueando una ceja mientras apretaba el arma contra su cabeza.
Paz lo miraba sin pestañear, pero sus manos temblaban levemente a los costados. Su rostro seguía siendo una máscara de indiferencia, aunque por dentro, un miedo visceral, la carcomía.
La idea de que él jugara con su vida de esa manera le revolvía el estómago, pero no permitiría que él lo notara.
Terrance vivía de la debilidad ajena, y Paz no le daría ese placer.
—Hazlo, Terrance. No me detendré —dijo en un tono firme, aunque por dentro suplicaba que el arma no disparara.
Terrance sonrió con esa malicia característica q