Los primeros cinco juegos habían sido diseñados para probar algo que la Luna valoraba tanto como la fuerza: la capacidad de un clan para vincularse, tramar, confiar y liderar en conjunto. No bastaba con el poderío individual; había que convencer a otra manada de que la alianza iba en beneficio de ambos.
La noticia corrió como un rayo: «Las manadas deberán formar alianzas». Algunos grupos comenzaron a negociar en voz baja, otros enviaron emisarios. Lucía, sin embargo, notó algo extraño: nadie parecía intentar acercarse a la Manada del Norte. Miradas que evitaban sus ojos, conversaciones que se cerraban en cuanto ella o Dylan pasaban cerca.
Preocupada, pidió a su beta que investigara. Dylan salió entre la multitud con el ceño fruncido y, pasado poco más de una hora, regresó con una sonrisa que no anunciaba nada bueno.
—Querida, tu galán sí que es todo un mando —dijo, apoyando el codo en la baranda y mordiéndose el labio para no soltar la risa.
—¿De qué galán me hablas? —Lucía intentó so