El sol comenzaba a ocultarse tras las montañas cuando las delegaciones de las diferentes manadas fueron recibidas en el Gran Territorio del Consejo Supremo. El aire estaba cargado de expectación, como si cada brisa llevara consigo la promesa de gloria… o la amenaza de humillación.
Lucía, vestida con un traje ceremonial sencillo pero elegante, avanzaba entre Dylan y los representantes de la Manada del Norte. El murmullo de cientos de voces la envolvía, mezclado con aromas de incienso, carne asada y madera quemada. El lugar había sido transformado en un escenario imponente: estandartes ondeaban en lo alto, cada uno con el símbolo de su manada, y las antorchas proyectaban destellos dorados que iluminaban los muros de piedra y cristal.
El corazón de Lucía latía con fuerza. No era miedo… era la intensidad de saberse observada. Cada paso suyo era seguido por ojos curiosos, críticos y, en algunos casos, hostiles.
Dylan, a su lado, notó su tensión y murmuró por el lazo mental:
—No dejes que t