Capítulo 3 – Rastros del destino

Lucía lo miró desde el marco de la puerta, los brazos cruzados y una expresión entre fastidio y preocupación. Dylan seguía en la cama, con los ojos fijos en el techo y la mirada perdida. Llevaba dos días así, sin hablar demasiado, sin entrenar, sin siquiera comer bien.

—Vamos, Dylan —insistió ella, acercándose—. No puedes pasarte el resto de la semana lamentándote.

Él suspiró, sin apartar la vista del techo.

—No pensé… —murmuró con voz ronca— que mi pareja destinada me rechazaría apenas verme.

Lucía apretó los labios. No era buena consolando, pero detestaba verlo así.

—Y sin embargo lo hizo. Ahora levántate.

—No tengo ganas.

—Pues te las voy a dar a golpes si hace falta —respondió, jalando las sábanas con fuerza.

Diez minutos después, ya estaban en el campo de entrenamiento. O al menos, ella estaba entrenando. Dylan solo esquivaba los golpes con pereza, sin devolver ni uno solo. Lucía bufó frustrada, lanzando un puñetazo tras otro, intentando hacerlo reaccionar, pero él apenas se movía.

El Beta Marcus, que observaba a un costado con los brazos cruzados, no tardó en intervenir.

—Suficiente —gruñó, caminando hacia ellos—. ¿Creen que tengo tiempo que perder?

Lucía bajó la guardia de inmediato.

—Lo lamento, Beta…

Marcus cruzó la mirada con su hijo y añadió con frialdad:

—Como recompensa por su actitud, recorrerán el terreno de la manada. Rastreo y búsqueda. Diez millas a pie, en forma humana.

Lucía estaba a punto de protestar.

—Eso es injusto…

Pero Dylan se adelantó, levantando la cabeza con una media sonrisa.

—Diez millas… ja. Es pan comido.

Lucía lo miró incrédula. Apenas podía sostenerse en pie, y él todavía tenía ánimos para fanfarronear. El Beta lo miró fijamente, con un brillo de desafío en los ojos.

—Que sean quince entonces.

—¿Qué? Pero… —Lucía no alcanzó a terminar la frase.

—Veinte —añadió Marcus con voz implacable—. Y si no se van ya mismo, añadiré cinco más.

Lucía apretó los dientes, se levantó del suelo con el ceño fruncido y le lanzó una mirada asesina a su amigo.

—Cuando se te pase la depresión, voy a matarte, ¿oíste?

Dylan no respondió, pero una sonrisa fugaz se dibujó en su rostro. En el fondo, sabía que esa era su forma de perdonarlo.

Horas después, ambos regresaban exhaustos, cubiertos de sudor y polvo, casi arrastrando los pies. Lucía solo pensaba en una ducha caliente y en dormir por tres días seguidos. Sin embargo, antes de que pudieran llegar a las cabañas, la voz del Beta Marcus los detuvo.

—Luna Lucía, su padre quiere verla en su oficina.

Ella se detuvo, parpadeando confundida.

—¿Ahora? Pero… esta noche habíamos quedado en cenar juntos.

—Quiere verla ahora —repitió Marcus con seriedad.

Lucía intercambió una mirada con Dylan. Por el enlace mental, él le dijo con cautela:

—Parece serio…

Ella asintió.

—Bien. Ve a bañarte. Te necesito a mi lado.

Ambos se separaron un momento para limpiarse, y poco después se encaminaron hacia la oficina del Alfa Karl.

El sonido de una carcajada resonó desde el pasillo antes de que llegaran a la puerta. Una risa profunda, sincera… y completamente inusual. Tanto Lucía como Dylan se miraron desconcertados. Su padre no reía así. Casi nunca.

Podían sentir una presencia adicional en la habitación, una energía fuerte, dominante… y un aroma que hizo que Kira, la loba interior de Lucía, se tensara de inmediato.

Lucía golpeó la puerta suavemente.

—¿Padre?

—Adelante —respondió Karl con tono jovial.

La joven empujó la puerta y, en cuanto cruzó el umbral, lo supo.

Ese aroma. Ese maldito aroma que detestaba y la ponía nerviosa al mismo tiempo.

Kira gruñó en su interior, furiosa.

Lucía se quedó quieta, con el corazón latiéndole con fuerza, mientras sus ojos se alzaban hacia el invitado.

—¿Qué hace él aquí? —susurró entre dientes.

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