Habían pasado seis meses desde aquella noche lluviosa.
Seis meses desde que Lucía Lódwood había sido rechazada por el hombre que la Luna le había impuesto como pareja.
Seis meses desde que su corazón se rompió… y su loba juró no volver a someterse a nadie.
Desde entonces, se había dedicado a entrenar, a fortalecer tanto su cuerpo como su mente. Quería demostrar que no era solo la hija de los alfas del norte; era una líder en formación. Kira, su loba, se había vuelto más fuerte también. Ya no era esa voz impulsiva que la arrastraba al dolor; ahora era fuego contenido, lista para rugir cuando fuera necesario.
Y aunque Lucía no planeaba asistir a ninguna reunión social, esa noche había hecho una excepción.
—Solo será una convivencia —le había dicho Dylan con su sonrisa de siempre—. No tienes que buscar pareja, solo pasar un buen rato. Prometo no dejarte sola ni un minuto.
Lucía suspiró. Dylan era su mejor amigo desde la infancia, además de su beta y confidente. Era imposible decirle que no cuando ponía esa cara de cachorro suplicante.
Así que, con un vestido negro que abrazaba su figura y una chaqueta de cuero sobre los hombros, accedió.
La reunión se celebraba en una enorme mansión al sur del territorio neutral.
Apenas bajó del auto, el sonido de la música y las risas la envolvió. Había jóvenes de todas las manadas, lobos solteros buscando a sus posibles parejas destinadas, aunque Lucía no creía ya en esas coincidencias divinas. No después de lo que le había tocado vivir.
—Esto parece más una fiesta que una reunión —murmuró, ajustándose el cabello detrás de la oreja.
—Porque lo es —respondió Dylan, sonriendo con picardía—. Vamos, Lulú, relájate un poco. Nadie te va a morder… bueno, al menos no sin permiso.
Lucía rodó los ojos, reprimiendo una sonrisa.
—Eres un idiota.
—Lo sé, pero soy tu idiota —replicó él, guiñándole un ojo antes de desaparecer entre la multitud.
Lucía caminó despacio por el amplio salón. Los candelabros iluminaban el techo abovedado, y los ventanales mostraban el reflejo de las luces de colores. Había mesas con copas de vino, bandejas con aperitivos, y el aire estaba cargado de feromonas y ansiedad.
Era una de esas noches donde el destino solía divertirse con los incautos.
Y justo cuando pensó que nada podría arruinar su calma… lo sintió.
Ese aroma.
Roble y pradera.
Su cuerpo se tensó. Cada fibra de su ser reconoció aquel olor, aunque lo odiara con el alma.
Kira levantó el hocico en su interior, inquieta.
—No puede ser… —susurró Lucía.
El corazón se le aceleró. Giró lentamente, y allí estaba.
Damián Wulfric, el Alfa de la Manada del Valle Rojo. Su ex pareja destinada. El hombre que la había rechazado frente a todos seis meses atrás.
Lucía se quedó sin aliento por un instante. El tiempo no había hecho más que acentuar su atractivo: el traje oscuro se ajustaba perfectamente a su cuerpo, su mirada seguía siendo intensa, arrogante, y esa sonrisa… esa maldita sonrisa seguía siendo tan devastadora como la recordaba.
Pero lo que más la perturbó no fue su presencia, sino el hecho de que estuviera allí.
Aquel evento era exclusivo para lobos solteros. Y él, en teoría, ya estaba emparentado.
¿Qué demonios hace aquí?, pensó.
Antes de poder moverse, Damián comenzó a caminar hacia ella.
Lo hacía con esa seguridad que siempre lo había caracterizado, con pasos lentos, controlados, como un depredador que se acerca a su presa.
Cuando estuvo frente a ella, inclinó ligeramente la cabeza, fingiendo cortesía.
—Luna Lucía —dijo con una voz profunda, cargada de un falso respeto.
Lucía lo miró con frialdad, aunque por dentro Kira rugía con deseo y rabia a la vez.
Respondió solo por protocolo, sin ocultar su molestia.
—Alfa Damián.
El silencio entre ambos era tenso, cargado de electricidad.
Entonces, una voz familiar irrumpió en su mente a través del enlace mental.
—Oh, por la Diosa… —susurró Dylan con tono emocionado—. ¿Tú conoces a ese hombre tan hermoso?
Lucía casi se atragantó con su propio aire.
—Sí —respondió a través del enlace—. Pero créeme, es puro envoltorio… por dentro está podrido.
Dylan soltó una risita nerviosa.
—Si así luce la podredumbre, que la Diosa me corrompa también…
Lucía reprimió una carcajada. Solo Dylan podía bromear incluso en una situación como esa.
—No empieces —le advirtió—. No quiero drama esta noche.
—Demasiado tarde —respondió él mentalmente—. Necesito ir al baño. —Y sin esperar respuesta, se esfumó entre la gente.
Lucía suspiró. Estaba sola otra vez frente a Damián.
Y él, por supuesto, aprovechó la oportunidad.
—¿Por qué me miras con tanta hostilidad, lobita? —preguntó con un tono que rozaba la burla.
Lucía arqueó una ceja. —¿En serio lo preguntas? Después de lo que hiciste…
—No estoy aquí para discutir el pasado —interrumpió él, dando un paso más cerca—. Estoy aquí porque quiero intentarlo de nuevo.
Ella soltó una carcajada amarga. —¿Oí bien? ¿Intentarlo de nuevo? ¿Después de seis meses? ¿Después de humillarme frente a medio consejo?
—Estaba confundido —dijo él con voz firme, sin apartar la mirada—. Me dejé llevar por una mentira. No sabía quién eras realmente. No sabía que eras la hija de los Alfas del Norte.
Lucía lo observó con incredulidad. —Entonces no fue tu corazón el que habló, sino tu ego.
Damián apretó la mandíbula. —No. Fue la Luna la que me castigó. Desde que te rechacé, no he tenido paz. Ninguna mujer me huele igual, ninguna me calma…
Lucía lo interrumpió con desdén. —Lástima. Pero yo sí encontré mi paz sin ti.
Estaba a punto de marcharse, pero él le sujetó del brazo. Su toque fue un recordatorio doloroso del vínculo roto.
—Tranquilízate, Lucía. Solo déjame explicarte.
—Suéltame —gruñó ella, y sus ojos se oscurecieron. Kira rugía dentro, al borde de tomar el control.
—No serías capaz de atacarme —dijo él, con una sonrisa arrogante—. Tu loba no lastimaría a su compañero destinado.
Lucía sonrió con frialdad.
—¿Quieres probar tu teoría? Suéltame… y verás de lo que mi loba es capaz.
La tensión se volvió casi física.
Sus auras comenzaron a expandirse, chocando una contra otra. Los lobos más cercanos se apartaron instintivamente, percibiendo el peligro.
El aire se volvió denso, cargado de energía.
El anfitrión de la reunión, un Alfa mayor, se acercó con rapidez.
—Alfa Damián, Luna Lucía… ¿todo está bien aquí?
Lucía seguía con el cuerpo tenso, pero no habló.
Damián levantó las manos, fingiendo calma.
—Sí, solo hablábamos —dijo con una sonrisa falsa.
Lucía chasqueó la lengua y apartó su brazo con brusquedad.
Sin decir más, se dio media vuelta y se marchó. No pensaba darle el gusto de verla perder el control.
Atravesó el salón, ignorando las miradas curiosas, hasta que el ruido se fue desvaneciendo.
La música se volvió un eco distante cuando llegó al jardín trasero.
Allí, bajo la luz tenue de la luna, encontró a Dylan sentado en una banca, con las manos en el cabello.
Su expresión lo decía todo.
—Dylan… ¿qué pasó? —preguntó, acercándose.
Él levantó la vista, con los ojos enrojecidos.
—Me rechazó… —su voz era apenas un hilo.
Kira gimió dentro de Lucía, reconociendo ese mismo dolor.
Lucía se sentó a su lado, colocándole una mano en el hombro.
—¿Quién?
Dylan soltó una risa amarga. —El beta de la manada Luna Negra. Ni siquiera me dio tiempo de hablar. Apenas me acerqué, me miró y dijo que no quería tener nada que ver conmigo. Ni un segundo. Solo… me rechazó.
Lucía apretó los dientes.
—Ese lobo… siempre me dio mala espina.
Kira gruñó en su interior. —Cobarde. No merece ni una lágrima.
Dylan asintió lentamente, con la mirada perdida. —Lo sé, pero… no duele menos.
Lucía lo abrazó, apretándolo con fuerza. —Lo sé. Pero escucha, Dylan… a veces el rechazo es una bendición disfrazada.
Él la miró con los ojos brillantes. —¿Tú también crees eso?
Lucía sonrió con tristeza. —Ahora sí. La verdad es que a veces la Luna se equivoca. Y cuando lo hace… nosotras debemos corregir su error.
Dylan apoyó la cabeza en su hombro, dejando que el silencio los envolviera.
El viento traía el olor de los rosales del jardín, mezclado con el de la tierra húmeda.
Por primera vez en toda la noche, Lucía sintió algo parecido a la paz.
—Vamos a casa —dijo finalmente—. No pienso quedarme un segundo más aquí.
Dylan asintió, limpiándose el rostro con el dorso de la mano.
—Eres la única persona capaz de convencerme tan rápido.
Lucía rió suavemente. —Y tú eres el único que puede arrastrarme a una reunión así.
Se pusieron de pie y caminaron juntos hacia la salida, dejando atrás la música, las risas y los fantasmas del pasado.
Cuando pasaron frente a los ventanales, Lucía sintió la mirada de Damián clavada en su espalda. No necesitaba volverse para saber que él los observaba.
Kira levantó la cabeza con orgullo.
—Déjalo mirar —susurró en su mente—. Que vea lo que perdió.
Lucía esbozó una sonrisa pequeña, pero firme.
No sabía lo que el futuro le tenía preparado, pero algo dentro de ella le decía que aquella noche era solo el comienzo de algo más grande.
**
Desde el balcón del piso superior, Damián no apartaba la vista de ella.
Su mirada seguía el movimiento de Lucía hasta que el auto desapareció por el camino del bosque. En su mandíbula tensada se dibujaba una promesa muda, peligrosa.
—No dejaré que te alejes de mí otra vez, Lucía —murmuró.
En su mente, una voz masculina y profunda, fuerte y venenosa, rompió el silencio.
—Te advertí que no la dejaras ir —dijo, con una sonrisa helada—. Ahora ya no solo la querrás… la necesitarás.
Los ojos de Damián brillaron con un fulgor plateado mientras su lobo interior rugía con furia contenida.
La Luna, que había sido testigo de todo, se ocultó tras una nube espesa, como si presintiera que la verdadera tormenta apenas estaba por comenzar