El rugido del viento era ensordecedor.
Lucía caía. Todo giraba a su alrededor: los tablones del puente desmoronándose, los gritos que se perdían entre el eco y el polvo, el vacío tragándose el aire. Por un segundo, creyó que era el final. Pero su cuerpo reaccionó antes que su mente.
Sus manos se extendieron en el instante exacto y los dedos atraparon una de las cuerdas que aún colgaban del puente roto.
El tirón fue brutal.
Sintió cómo los brazos le ardían y la espalda le crujía, pero se aferró con todas sus fuerzas. El aire frío le cortaba el rostro, mezclado con el polvo y el olor a tierra húmeda. Debajo, el rugido del río sonaba como una bestia esperando devorarla.
Jadeó, intentando recuperar el aliento.
—Por la diosa… —murmuró, con una risa entrecortada—. Esto no estaba en el reglamento.
Sus músculos temblaban. Podía sentir el peso tirando de la cuerda, cada fibra protestando. El puente, reducido a tablones sueltos, se balanceaba con el viento, y el eco de los gritos arriba le reco