Los primeros rayos de sol atravesaban la niebla como cuchillos dorados.
El aire olía a pino fresco y a tensión contenida, un recordatorio de que la cuarta ronda, una prueba de lealtad disfrazada de carrera de obstáculos brutal, estaba por comenzar.
Lucía se despertó con el eco de la voz de su padre, Karl Lódwood, retumbando en su mente:
“Damián usa la profecía para manipularte... No confíes en él.”
La advertencia se mezclaba con la calidez del recuerdo de su noche con Jacob, el pacto silencioso de ambos: cambiar el destino del Norte.
Pero ese amanecer no había espacio para promesas ni sueños.
El bosque esperaba. Y con él, la traición.
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El anfiteatro natural vibraba con expectación.
El sol del mediodía caía sin piedad, levantando polvo con cada paso de las botas de los lobos reunidos. Las tres primeras rondas habían pasado, resistencia acuática y estrategia en el laberinto.
Ahora, la cuarta sería la más impredecible de todas: una carrera que pondría a prueba lealtad y trabajo en equ