DAFNE
Oscuridad.
No solo estaba a mi alrededor… estaba dentro de mí.
Fría. Pesada. Infinita.
Al principio no podía respirar. El aire se sentía espeso como el humo, se filtraba por mi garganta y ahogaba cada intento de tomar aliento. Mi corazón golpeaba contra mis costillas, un ritmo salvaje y desesperado que resonaba en el vacío.
Sin sonido. Sin luz. Sin suelo.
Solo negro.
La oscuridad siempre me había perseguido — desde que era niña. Recuerdo haber llorado debajo de la cama cada vez que las velas se apagaban, mientras la risa de mi madrastra resonaba por el pasillo.
Alicia solía decirme que las sombras tenían ojos, que observaban a las niñas débiles como yo.
Y le creí.
Y ahora, de pie en este pozo interminable, sabía que había tenido razón todo el tiempo.
—Jordán… —mi voz salió como un susurro—. Jordán, ¿dónde estás?
Silencio.
Entonces algo se movió —no lejos, pero tampoco cerca. Un zumbido bajo, como una respiración. Giré sobre mí misma, pero no había nada que ver. Mis mano