JORDÁN
Su grito me desgarró el pecho como una hoja.
—¡DAFNE!
Rugí, mi voz resonando por todo el bosque. Los pulmones me ardían, las garras clavadas en la tierra como si pudiera abrir un agujero lo bastante profundo para alcanzarla. El vínculo palpitaba salvajemente en mi pecho —una tormenta de fuego y dolor.
Estaba viva.
Pero no estaba aquí.
Teo tropezó a mi lado, jadeando con fuerza, el rostro pálido. —Alfa, simplemente desapareció. La energía… no era solo brujería. Se sentía… antigua.
—¿Antigua? —escupí la palabra, la frustración sacudiéndome—. ¿Qué demonios significa eso?
Teo no respondió. No hacía falta. Ya podía sentir la verdad a través del vínculo. El aire olía distinto —a quemado, pesado, envenenado. Lo que se llevó a Dafne no era solo magia. Era algo más viejo, más oscuro… algo que apestaba a Draco.
—Maldita sea —murmuré entre dientes. Mis garras se retrajeron y golpeé un árbol con el puño, agrietando la corteza—. No va a tenerla. No otra vez.
Teo vaciló. —Alfa