Jordán
La noche volvía a estar inquieta.
La luz de la luna no me calmaba… me burlaba. Cada sonido afuera parecía demasiado fuerte, cada latido en mi pecho demasiado pesado. Estaba solo en mi habitación, mirando el espejo medio roto frente a mí. Mi reflejo se veía extraño: ojos salvajes, mandíbula tensa y venas arrastrándose bajo mi piel como fuego oscuro.
Entonces lo oí otra vez.
Su grito.
Me atravesó el pecho, agudo y real, resonando a través del vínculo como si estuviera a mi lado. Me levanté tambaleándome, sujetándome la cabeza.
—¡Dafne! —grité, pero no hubo respuesta. Solo el sonido de mi respiración entrecortada.
Mis puños golpearon la pared. Los ladrillos se agrietaron. El dolor no me detuvo. Quería sentir algo distinto a este miedo que me retorcía por dentro.
Draco estaba junto a la puerta, su sombra larga y tranquila.
—No está aquí, Alfa —dijo en voz baja—. Solo te estás haciendo más daño.
Me giré bruscamente.
—¡No me digas lo que siento! —rugí. Mi voz tronó por toda la habita