DAFNE
El primer sonido que oí fue el suave crepitar de la leña.
Por un momento, no recordé dónde estaba. Mis párpados se sentían pesados, como si alguien los hubiera cargado con piedras. Todo mi cuerpo dolía de formas extrañas y desconocidas: las muñecas, los hombros… incluso el corazón.
Entonces los recuerdos regresaron de golpe — los ojos de Jordán volviéndose negros, el sonido de su voz impregnado de algo inhumano, la manera en que mis rodillas cedieron cuando el vínculo ardió dentro de mí.
Solté un jadeo y me incorporé demasiado rápido. El dolor me atravesó las costillas.
—Despacio, Luna —dijo una voz suave.
Dorotea estaba a mi lado, sosteniendo un cuenco de hierbas humeantes. El título — Luna — se retorció dolorosamente dentro de mí. No estaba segura de merecerlo. Ni siquiera sabía si seguía siendo algo de Jordán.
La garganta me ardía. —¿Dónde está él?
Su mirada vaciló. —No ha salido de la mazmorra desde anoche.
La mazmorra.
La palabra hizo que se me erizara la piel.
Dorotea colo