Diana Anderson salió del baño con una prueba de embarazo en la mano. Su sonrisa era amplia. No dejaba de chillar de la emoción, aunque nadie la estuviera escuchando.
El corazón lo tenía acelerado. Por fin su más grande deseo se había vuelto realidad: quedar embarazada de Gabriel. Su futuro estaba más que asegurado junto a él.
—Bebé, serás el consentido o consentida de la casa —le habló a su vientre, mordiéndose el labio—. Tu padre nos amará por igual. Ahora más que nunca.
Diana había comenzado a vivir con Gabriel hacía apenas unos días, y la diferencia era abismal. La mansión, imponente y llena de detalles cuidados, contrastaba con todo lo que había conocido antes.
Ya no había carencias, ni preocupaciones por lo básico. Cada rincón de la casa parecía diseñado para el confort, y cada gesto de Gabriel reforzaba esa nueva realidad.
Pero aunque el entorno era perfecto, Diana aún llevaba dentro las memorias de su pasado. Y en medio de tanta abundancia, a veces se preguntaba si la pa