El día sábado llegó en un abrir y cerrar de ojos y Helena ya estaba lista para su cita.
Llevaba puesto un vestido corto de azul marino, confeccionado en una tela suave que se ceñía con delicadeza a su figura.
El corte realzaba su cintura con una elegancia sutil, como si el diseño hubiera sido pensado exclusivamente para ella.
Los tirantes finos dejaban al descubierto sus hombros, y el escote en forma de corazón añadía un toque de feminidad sin excesos. Al caminar, el dobladillo del vestido se movía con gracia, revelando fugazmente sus piernas. Combinaba el conjunto con unos tacones negros y unos pendientes dorados que brillaban cada vez que giraba la cabeza para sonreír.
—Sé está haciendo costumbre eso de salir con Nicolás —comentó Sarai, con una sonrisa pícara—. Sabía que tarde o temprano terminarían juntos. Él es un buen muchacho… No me dio malas vibras como cuando conocí a Gabriel —Rodó los ojos.
—Mamá, no los compares —sugirió Helena—. Gabriel es un idiota. Y Nicolás… él me es