Al separarse, Helena se quedó viendo a Nicolás con deseo. Ella quería ir más allá esa noche. Aprovechar de que todo estaba siendo real y no fingido.
Necesitaba saber cómo era el cuerpo entero de Nicolás, aunque ya había visto antes su torso desnudo. El corazón lo tenía como loco. Quería salirse de su pecho.
—¿Quieres ir a la habitación o prefieres irte a casa? —preguntó Nicolás, un poco apenado por los acontecimientos.
Él tenía tiempo sin tocar a una mujer. Había olvidado cómo hacerlo. Tenía un poco de miedo de cagarla con Helena.
Ella asintió.
—Tu habitación —susurró, jalandole la camisa.
Nicolás no pudo más. La cargó en sus brazos como si fuera una princesa, con cuidado y decisión, sintiendo cómo el mundo se reducía a ella. Helena se aferró a su cuello, sorprendida por el gesto, pero sin oponer resistencia.
Al llegar al cuarto, la atmósfera cambió. Todo era más íntimo, más real. Se sentaron juntos en la orilla de la cama, sin decir nada al principio. El silencio hablaba por el