Nicolás y Helena llegaron al edificio del departamento un poco cansados. La última pregunta que le hicieron a Helena la dejó pensando.
¿Por qué meterse en su vida privada?
Suspiró.
Vio que Nicolás abría su puerta, así que decidió hacerle una pregunta:
—¿Puedo saludar a Theo? Hace días que no lo veo.
Nicolás se dio la vuelta y miró a Helena.
—Claro —respondió.
Se hizo a un lado para que ella entrara primero a su departamento. Cerró la puerta y Helena buscó con la mirada al felino.
—¿Theo?
Se percató de que el pequeño estaba plácidamente dormido en el sofá. Enrollado entre los cojines, parecía una pulga: diminuto, frágil, adorable. Le dio ternura verlo así, con la respiración suave, como si el mundo no pudiera tocarlo en ese instante.
El silencio se volvió cálido, casi sagrado. Y ella se quedó ahí, observándolo, sin querer romper la paz que él había tejido con su sueño.
—Será mejor no despertarlo, Nicolás —susurró, sentándose en otro mueble—. Aunque los gatos duermen mucho, se