—¡Me cuesta mucho creer que Diana haya sido capaz de hacer algo así! —soltó Karen.
Helena le sirvió un poco de té, con una sonrisa tranquila que sólo mostraba cuando se sentía realmente en paz.
Todos estaban allí, en el patio de la nueva casa: Maikol, Karen, Paul, Kaito, Sarai y Carlos. Era el cumpleaños de Helena, pero parecía más bien una celebración de todo lo que habían logrado.
La mesa estaba llena de cosas sencillas. Helena se sentó entre Karen y Maikol, con una taza tibia entre las manos.
—Yo siempre lo supe. Por algo hacía tantas cosas malas sin preocuparse de las consecuencias —comentó Maikol, alzando el dedo—. ¡Esa mujer está loca! ¡Sabía que terminaría así!
Maikol agarró una galleta y se la comió, crujiente y dulce.
—Ay, chicos, fue algo sorprendente para todos —expresó Helena, bebiendo un sorbo de té—. Karen, ¿por qué Gabriela no vino?
—Tiene un resfriado. No quiso venir y enfermar a todos —respondió, encogida de hombros—. Ya sabes.
—Y mi madre no quiso perderse su