Helena y Nicolás entraron al consultorio de la ginecóloga un poco nerviosos. Ese día, por fin sabrían si los corazones que latían dentro de ella traían consigo dos niños o dos niñas.
La doctora los recibió con una sonrisa cálida.
—Hola, es un placer volver a verlos aquí —habló, mientras escribía—. ¿Cómo te has sentido, Helena? ¿Qué tal los síntomas? ¿Se han calmado?
—Muy bien. No he tenido problemas, ni dolores —explicó, con ambas manos sobre sus piernas—. Sólo hambre y mareos. Ya se me quitaron los vómitos. Los primeros tres meses fueron bastante duros en ese aspecto.
—Perfecto, eso significa que el embarazo está avanzando muy bien —expresó—. Acuéstate en la camilla, en breve te atiendo.
Zaida continuó escribiendo un informe, sin levantar la vista. Helena se subió sobre la fría camilla, temblando un poco por el aire acondicionado que parecía más fuerte de lo necesario.
Nicolás se sentó a su lado, sin decir nada, sólo tomó su mano y la apretó con firmeza, como si pudiera transfe