—¿Me pueden decir qué pasó con Diana? —preguntó Gabriel, intrigado por su destino.
No sabía si la habían metido a la cárcel, o algo mucho peor, porque no fue un accidente ni un descuido. Diana quiso matar a Helena sin remordimientos.
Helena apretó los labios.
—Recuerdo haberla visto manejando ese auto con unos ojos hambrientos de sangre… —murmuró Gabriel—. Nunca imaginé que fuera capaz de asesinar a alguien sin piedad.
—Diana bajó del auto ese día cuando vio que te había atropellado a ti y no a mí —explicó—. Mi guardaespaldas la sostuvo en ese momento y evitó que escapara hasta que la policía llegó. Se veía arrepentida de haberte hecho daño a ti. Nunca entenderé por qué me odiaba tanto.
—Creo que Diana tenía un mundo distinto en su cabeza —comentó Gabriel, frunciendo el ceño—. ¿Y qué pasó después? ¿Se la llevó la policía? ¿Habrá juicio?
—Hubo mucha gente de testigo, así que la denuncia le cayó encima como un balde de agua fría… Pero… —Helena tomó una pausa, cruzada de brazos. No