—¡Gabriel!
Diana se dio cuenta de lo que hizo. El sonido del impacto aún resonaba en sus oídos, como un eco que no quería desaparecer. Se bajó rápidamente del auto, con las manos temblando y los ojos desbordados de horror.
Corrió hacia Gabriel, ignorando los gritos y el caos que se formaba a su alrededor. No le importaba ser arrestada. Su plan había salido muy mal. Se arrodilló junto a él, sin importar la sangre que manchaba su ropa.
Todavía lo amaba, o eso quería creer.
—¡Gabriel! Escúchame, tienes que despertar —sollozó, asustada—. No, no, no, no.
Se llevó ambas manos a la cabeza, creyendo que lo había matado. Luego, tocó la mejilla de Gabriel con desesperación. La sangre salía de su cabeza, formando un charco en el asfalto.
Diana miró su pierna, parecía estar rota.
—No me dejes, Gabriel… —balbuceó, mirándolo.
El guardaespaldas corrió hacia Helena en cuanto la vio rodar por el suelo. Se arrodilló junto a ella, revisando con rapidez si había heridas visibles.
—¿Estás bien? —