Helena removía su café sin tomarlo, con los ojos fijos en la puerta como si pudiera controlar el tiempo con la mirada.
Nicolás, sentado frente a ella en la cafetería, intentaba mantener la calma, pero el ambiente estaba un poco pesado.
—¿Cómo te sientes? Debió haber sido muy fuerte que ese hombre apareciera de la nada —preguntó él.
—Lo fue, Nicolás. Pero no me alteré para no hacerle daño a nuestros pequeños —sonrió, bajando la cabeza.
—Eres muy fuerte, Helena —Buscó su mano por encima de la mesa—. ¿Quieres que tu hombre te defienda si las cosas salen mal?
Ella rio.
—En realidad, te traje porque puedes intimidar a mi padre con la mirada —confesó, en tono burlón.
—¿Ah, sí? ¿Eso crees? —Nicolás puso cara de malo.
Helena soltó una carcajada al ver cómo su expresión se arrugaba. No se aburría de pasar tiempo con él.
—Tonto.
Fabrizio llegó con pasos contenidos, como si cada movimiento estuviera ensayado. Se acercó a la mesa, y tomó asiento frente a Helena y Nicolás.
—Buenas tard