Tras el desahogo de Helena, Nicolás se levantó y la sostuvo con firmeza, como si su presencia bastara para contener todo lo que ella acababa de liberar.
—Tranquila, recuerda no alterarte tanto —le dijo, en voz baja—. Respira un poco.
—Lo sé… —respondió ella, con la respiración acelerada—. No quiero que vuelvas a aparecer en nuestras vidas. No molestes a mi mamá, ni a mí, ni a mis hijos… —zanjó.
Helena se dio la vuelta con decisión, lista para marcharse sin mirar atrás, pero Fabrizio, desesperado, se arrodilló de golpe y se aferró a su pantalón como si ese gesto pudiera detener años de abandono.
—Por favor… —susurró, con la voz rota.
El murmullo en la cafetería fue inmediato.
Había pocas miradas curiosas ante la escena.
Helena bajó la mirada con incredulidad.
—¿Qué haces? ¿Vas a caer tan bajo para armar una escena? —cuestionó, frunciendo el ceño—. Suéltame.
Fabrizio la miró con los ojos llenos de lágrimas. Si tenía que pasar la peor vergüenza de su vida con tal de obtener la