Petra todavía vacilaba, con los hombros encogidos, como si temiera ocupar demasiado espacio en ese lugar desconocido. Pero había algo en su mirada que intentaba resistir a la inseguridad: un deseo mudo de pertenecer, de ser algo más de lo que la vida cruel le había permitido hasta ahora.
River la observaba en silencio. Su mirada ya no era tan dura como antes; seguía siendo firme, inamovible… pero había calor, aunque discreto.
—Lo entenderás con el tiempo —dijo, con la voz grave rompiendo la tensión con una calma inesperada—. Aquí, nadie vive de rodillas. Una amiga de Lyra siempre será bienvenida como una de las nuestras.
Los ojos de Petra se abrieron un instante; la boca, entreabierta, como si no supiera qué decir. Pero Lyra se adelantó, pasó el brazo alrededor de la chica y sonrió con dulzura.
—Ven, te enseñaré un cuarto y encontraremos ropa que te quede. No prometo nada nuevo, pero al menos no vas a dormir con ese vestido rasgado —bromeó, intentando aliviar el peso de la noch