El bosque estaba envuelto en niebla, y el sonido de ramas quebrándose bajo pasos apresurados resonaba como una alarma de muerte. Dos figuras femeninas corrían entre los árboles, los cuerpos jadeando de agonía, los pies descalzos heridos por la tierra húmeda y las piedras puntiagudas. La sangre dejaba un rastro invisible para ojos humanos, pero no para quienes las perseguían.
—Están demasiado cerca… —murmuró Petra, los ojos abiertos de miedo—. Lilian… no vamos a lograrlo…
—¡Sí van a lograrlo! —gruñó Lilian, empujando a la más joven con fuerza—. Escucha, Petra, tienes que correr. Ahora, sin mirar atrás, ¿me oíste? Ya pasamos las colinas, estamos cerca de la frontera de la manada Luna Sangrienta. No van a cruzar ese territorio sin pensarlo dos veces.
Petra negó con la cabeza, las lágrimas cayendo mientras sus labios temblaban.
—¡No voy a dejarte! ¡La culpa es mía! Te arrastré a esto, yo…
—¡Cállate, niña! —Lilian la sujetó por los hombros con fuerza, sus ojos encendidos, feroces—. Escucha