Siguieron caminando, ahora en silencio. Cada paso era tenso, cada rama rota hacía que sus corazones se aceleraran. Y entonces vino el sonido.
Un chasquido.
Otro.
El crujido entre los árboles se hizo más fuerte, los ojos atentos de todos se dirigieron a los alrededores, y el silencio absoluto fue reemplazado por un zumbido agudo.
—¡Sepárense! —gritó River.
Un chasquido metálico se oyó, un disparo.
River tambaleó hacia atrás, la mano presionando el hombro: era un arma de descarga. El dardo vibraba en su carne, llevando la corriente eléctrica por todos sus músculos, pero él apretó los dientes y lo arrancó, tirándolo al suelo. Aquello no sería suficiente para derribarlo, claro que no.
—¡Mierda! ¡Están armados!
Otros tiros siguieron, los estaban cercando. Voces podían oírse entre los árboles, gritos amortiguados por máscaras.
Cazadores.
—¡Corran! —gritó River, girándose hacia las chicas—. ¡Corran ahora!
—No voy a dejarte —dijo Lyra, jadeante—. Si crees que voy a huir y dejarte morir, te