Vittorino tardó unos segundos en encontrar las palabras correctas mientras hablaba con Alice en una vídeo llamada. Su madre lo observaba a través del teléfono celular con esa mezcla de prudencia y ternura que solo una madre puede manejar. Él mantenía los brazos cruzados, el ceño fruncido y una dureza en la mandíbula que delataba más de lo que estaba dispuesto a admitir.
—Mammá… —comenzó, pero la voz le salió áspera—. ¿Tú crees que… que estoy exagerando?
Alice dejó la taza de té sobre la mesa, despacio, como si cada movimiento tuviera la intención de calmarlo.
—¿Sobre Amanda? —preguntó con suavidad.
Él desvió la mirada hacia la ventana.
—No sé. Siento que se aleja aún más. O que yo la estoy alejando. . .Ella es muy ella, es complicado. Y no quiero, pero… —Se pasó una mano por el cabello—. Me molesta la idea de que ella esté con alguien más. Me molesta más de lo que debería.
Alice lo observó un instante, reconociendo en su hijo esa mezcla de orgullo, vulnerabilidad y torpeza emocional q