MIEDO Y CENA.

No pasaron ni cinco minutos en que la puerta de mi alcoba volvió a sonar, al parecer aquella noche no me dejarían escribir la carta en paz, esta vez el propio Rodolfo era quien tocaba.

—Me dijeron que te sentías indispuesta —se veía preocupado, pero también solo.

—Tengo un poco de jaqueca.

—Quería que me acompañaras a cenar, últimamente lo he hecho en soledad. Elizabeth parece haber convertido nuestra alcoba en su fortaleza y sale solo cuando es necesario; no la culpo, luego de lo del esclavo todos quedaron aterrados. Sin mencionar las historias que corren en el pueblo en torno a la finca.

—No solo su esposa quedó nerviosa.

—En fin, acepta mi invitación a cenar, te caería bien una sopa y me harías compañía; tu presencia me recuerda a mi madre —no puede evitar negarme, también era una muy buena oportunida

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