EL TERROR ACECHA.

—¡Dios mío! ¿Quién soy yo? —Grité—. ¿Qué quieren de mí? —Continué, mientras el dolor de mi alma y de las marcas crecían, sentí como si me faltara el aire. Abrí los ojos de repente para verme nuevamente en la bodega, yo estaba tirado en el piso y un olor a humo me asfixiaba. Me levanté rápidamente.

—¡Esto está en llama! —parte de la bodega ardía. Con escepticismo me di cuenta de que la mesa ya casi estaba convertida en cenizas, la silla no existía.

—¡El patroncito está ahí! —escuché vociferar desde afuera; otros gritaban mi nombre. Entonces escuché a Pablo llamándome y quejándose por haberme dejado solo —¡Voy a entrar! —dijo luego, sin embargo, yo no podía permitirlo, aquello era peligroso.  Exper

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