EL LIBRO DE LAS SOMBRAS.

Estefanía.

Mi abuelo había entrado conmigo al cuarto que guardaba las pertenencias de Arturo. Contemplé el espacio y solo vi grandes cajones en las paredes revestidas y dos armarios elegantes con grandes espejos. Antonio me solicitó que examinara el interior del armario más amplio y, sin malgastar tiempo, lo abrí. Se podía sentir un ligero aire a través de una de las líneas de ensamblaje de la madera detrás del armario. Comencé a dar golpes y noté que el sonido era hueco, entonces me dispuse a buscar algo que me diera una señal que tuviera función de pestillo, pero no halle nada; salí del armario y comencé a revisar otra vez el espacio, la paciencia ya iba perdiendo terreno en mí y el desespero iba en ascenso.

—Lo he visto entrar en esta habitación y luego desaparecer —aseguró mi abuelo. Desesperada, proseguí buscando hasta que vi que detrás de él, había unas lámparas de pared perfectamente alineadas de cada lado del enorme armario, fui directamente a una de ellas, la toqué y jalé, un
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