El auto se detuvo frente a la comisaría. Leonardo salió primero y abrió la puerta del copiloto para Ana. Ella bajó sin mirarlo, aún tensa, con la mente nublada por la imagen de Martín entrando al edificio la noche anterior.
—¿Estás bien? —preguntó él, observando cómo sus manos temblaban apenas.
—Sí… solo quiero que esto se acabe.
Leonardo asintió y le hizo un gesto a Clara para que lo siguiera. Entraron juntos. El edificio olía a café viejo y papel húmedo. Un par de policías conversaban junto al mostrador, y al ver a Leonardo, ambos enderezaron la postura.
—Buenos días, Señor Santori —lo saludó uno de ellos, con una sonrisa servicial—. ¿En qué podemos ayudarlo?
Ana alzó la mirada, sorprendida. Clara apenas la miró, como diciendo te dije que este hombre mueve todo.
—Venimos a poner una denuncia —dijo Leonardo con tono firme—. Se trata de un caso de acoso y allanamiento.
—Por supuesto —respondió el agente, apurado por agradarle—. Acompáñenos, por favor.
Los condujo a una oficina privada