El fin de semana fue un completo encierro. Ana apenas salió de casa. Pasó los dos días leyendo sobre el trabajo, repasando conceptos y viendo videos para no sentirse perdida el lunes. Clara le dijo varias veces para que salieran, pero Ana no tenía ánimos. No podía dejar de pensar en la forma en que aquel hombre la miró mientras bailaban, ni en la frialdad con la que se marchó sin decir una sola palabra.
Intentó sacarlo de su cabeza, pero cada vez que cerraba los ojos, recordaba sus manos firmes en su cintura, el calor de su cuerpo tan cerca del suyo y esa mirada intensa que parecía leerle el alma.
Se reprendió a sí misma: “No empieces con tonterías, Ana. Es solo un desconocido.”
El lunes llegó antes de lo esperado. Se levantó temprano, tomó una ducha larga y se vistió con el traje que había elegido la noche anterior: una blusa beige, un pantalón negro de tela y tacones bajos. Quería lucir profesional, pero cómoda. Frente al espejo respiró hondo.
—Hoy empieza una nueva etapa —se