Luego de salir de una oficina donde repartía hojas de vida, decidio pasar al supermercado. Ana jamás pensó que aquel día terminaría enfrentando a su pasado de la manera más inesperada. Había salido del supermercado con una bolsa pequeña en la mano, concentrada en los pensamientos de su nueva rutina, cuando de pronto una voz grave, inconfundible y al mismo tiempo perturbadora, le erizó la piel.
—Ana…
El corazón le dio un vuelco. No necesitaba girarse para reconocerlo, porque esa voz se le había quedado tatuada en los recuerdos. Respiró hondo, cerró los ojos por un instante y, cuando finalmente se volteó, ahí estaba Martín, de pie, con una expresión que mezclaba arrogancia y cierta calma que parecía ensayada.
Vestía una camisa blanca impecable, un pantalón oscuro y una chaqueta ligera. Estaba más delgado, sus facciones se veían marcadas, y sus ojos… esos ojos que antes supo leer tan bien, ahora brillaban de manera extraña.
Ana se obligó a no retroceder. Sus dedos apretaron con fuerza la