Ana apenas pudo hablar. Su garganta estaba cerrada por la emoción, la rabia y el miedo que todavía no terminaban de disiparse. Solo se dejó abrazar por Clara, que la rodeó con ternura y firmeza, como queriendo pegar los pedazos rotos de su alma con la fuerza de ese abrazo.
—Tranquila… ya estás conmigo, ya no va a pasarte nada —murmuró Clara, acariciándole el cabello.
Julián, con los puños apretados y la mirada llena de furia contenida, dio un paso hacia adentro.
—Yo no puedo dejarla sola, Clara. No después de lo que vi en esa casa. Si ella vuelve, la mata.
Clara lo miró con seriedad, notando la tensión que lo envolvía.
—Nadie está diciendo que la dejaremos sola. Pero ahora mismo lo que Ana necesita es calma, un lugar seguro.
Ana levantó la vista hacia Julián. Sus ojos, hinchados por el llanto, buscaron los de él con un ruego silencioso.
—Julián, gracias por todo… pero quiero que te vayas a descansar. Estoy agotada y no quiero que estés aquí por obligación.
Él negó de i