Bajo el Sol y el Silencio de la Tierra
Pedro se despertaba cada vez más temprano, como si su cuerpo se adaptara, día tras día, al ritmo de la tierra. Los gallos apenas habían anunciado el amanecer y él ya estaba en el campo, lavándose el rostro con el agua fría del pozo, escuchando el crujir de las hojas bajo sus pies y el mugido distante de la vaca lechera.
Cada tarea era una inmersión silenciosa en un mundo que comenzaba a respetar profundamente. El olor del corral, antes áspero, ahora parecía parte esencial de la rutina. El sonido de las gallinas, el zumbido de los insectos, el aroma fresco del pasto cortado, todo eso se transformaba en un escenario casi sagrado.
Pero no era solo la tierra lo que despertaba en él un nuevo tipo de interés. Era Jasmine.
Cada día, Pedro observaba más atentamente la forma en que ella se movía por la casa, con una ligereza firme, como si llevara el peso del mundo y, aun así, se negara a inclinarse. Había algo en la manera en que recogía su cabe