—Sí, Alejandro —dijo finalmente, con voz grave—. Sé que tuve una hija. Fue hace mucho, cuando era joven, imprudente, y creía que el amor podía surgir en una sola noche.
Se volvió lentamente, enfrentando a Alejandro con una expresión que mezclaba vergüenza y dolor.
—Su nombre era Teresa Beltrán. Una mujer intensa, magnética… manipuladora. Bastó un abrazo, una noche, para que me envolviera. Cuando me dijo que estaba embarazada, intenté hacerme responsable. Quise estar ahí. Pero ella… desapareció. Cambiaba de residencia constantemente. Nunca dejaba rastros. Solo su nombre quedó. Y la certeza de que había una niña en algún lugar del mundo que llevaba mi sangre.
Alejandro lo escuchaba sin interrumpir, sintiendo cómo cada palabra tejía una historia que parecía sacada de otra vida.
—La busqué durante años —continuó Alberto—. Contraté investigadores, revisé registros, incluso fui a las ciudades donde creí que había estado. Nada. Era como perseguir humo. Al final, me rendí. Me casé con una muj