El salón principal del territorio Blackwood resplandecía bajo la luz de cientos de velas y lámparas de cristal que colgaban del techo abovedado. Las paredes, normalmente austeras, habían sido decoradas con guirnaldas de flores silvestres y cintas plateadas que ondeaban con la suave brisa que entraba por los ventanales abiertos. El aroma a jazmín y madreselva se mezclaba con el de la comida dispuesta en largas mesas: carnes asadas, frutas exóticas y pasteles elaborados que hacían agua la boca de los invitados.
Lilith observaba todo desde lo alto de la escalera principal. Vestía un traje de seda color medianoche que se ajustaba a su cuerpo como una segunda piel, con aberturas estratégicas que revelaban destellos de su piel dorada. Su cabello, recogido en un elaborado peinado, dejaba caer algunos mechones rebeldes que enmarcaban su rostro. Un collar de plata con una piedra de luna descansaba sobre su clavícula, brillando con luz propia.
—La invitada de honor no debería esconderse —dijo u