La luz del amanecer se filtraba por las cortinas de la habitación, dibujando patrones dorados sobre las sábanas revueltas. Lilith observaba el techo con la mirada perdida, sintiendo el peso de la vigilancia constante que la rodeaba. Tres días habían pasado desde el ataque, tres días en los que no se le había permitido dar un solo paso fuera de la mansión sin una escolta de al menos dos guardias.
Protección, lo llamaba él. Prisión, lo sentía ella.
Se incorporó lentamente, dejando que la sábana resbalara por su cuerpo. El silencio de la habitación la asfixiaba. Podía sentir la presencia de los guardias apostados en el pasillo, sus respiraciones acompasadas, sus sentidos alerta. Incluso podía percibir la esencia del Alfa impregnada en cada rincón de la mansión, como un recordatorio constante de su dominio.
—No soy una prisionera —murmuró para sí misma, apretando los puños hasta que sus nudillos se tornaron blancos.
Se levantó con determinación y se vistió rápidamente con unos pantalones